sábado, 23 de febrero de 2013


Diálogo con jubilada en cajero electrónico.

Me sumo a una cola de 14 personas esperando para usar el cajero. La número 14 me hace acordar a mi abuela: ochenta y tantos, chiquita, con bastón, algo encorvada, pero con la cabeza en alto, desafiando vaya a saber qué o quién.

J:    “Calor, eh?”
Yo: “Sí, está pesado a pesar del nublado.”
J:    “Hace un montón de tiempo que estoy acá.”
Yo: “¿Hay problemas con el cajero?”
J:    (Sin molestarse a bajar la voz) “El problema es la gente. Muchos todavía no manejan un cajero, puede creer?!”
Yo:  “Bueno. Yo sé sacar plata y hacer últimos movimientos, pero nada más.”
J:   (Alza las cejas en un gesto de sorpresa que hace que me arrepienta de haber abierto
boca) “Yo cobro la jubilación, pago todo por cajero, hasta las órdenes de consulta para el médico   saco.”
Yo: “Ah!”
J:   “Hago transferencias, y….” ( Sigue enumerando todo lo que se puede hacer en el cajero, usando el bastón para enfatizar cada actividad, y realmente me deja con la boca abierta.) “ … lo único que no puedo conseguir del cajero es un novio!” Se ríe, disfrutando el chiste. 
Yo: “¿Y quién le enseñó a hacer todo eso?” (No puedo evitar la nota de incredulidad en mi voz)
J:    Me dirige una mirada fría como el iceberg con el que chocó el Titanic y dice: “Nadie me enseñó.        Aprendí sola. ¿Por qué la gente cree que los viejos ya no aprendemos nada?”
Yo:  (Tratando de reparar la metida de pata) “No. Lo que yo _”
J:     No me deja terminar y se ríe de nuevo. “Otra cosa que la gente cree es que los viejos somos por demás de susceptibles” (Chupate esa mandarina!) “Una noche me instalé en un cajero y probé a hacer algunas cosas. Y así por dos semanas. Me revientan las chicas del banco que te explican lo mismo que el cajero pero como si le hablaran a un chico de dos años!”
Me río. Cómo no reírme si lo que dice es verdad!
 Mientras charlábamos la cola fue moviéndose. La señora se adelanta y sostiene la puerta del cajero con su bastón al salir un muchacho. Lo mira como diciendo ‘maleducado!’, y su expresión denota que dudó un momento si no se merecía un bastonazo.
J:  “Quiere entrar conmigo? Puedo enseñarle algunas cosas.”
Yo: (Recordando que se ‘instaló’ en un cajero para aprender a usarlo) “No, gracias. Espero.”
J:    “No se preocupe. Salgo en un segundo.” (No lo dudo!)

Fiel a su palabra, reaparece enseguida. Me saluda y se aleja, ayudándose con el bastón, pasito a pasito. Tanto hablar como docente del famoso ‘ensayo y error’ y nunca se me ocurrió instalarme en un cajero  para ‘desasnarme’ con respecto a esa maquinita que no tiene secretos para una abuela de ochenta y pico!

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