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lunes, 29 de diciembre de 2014

Diálogo con Sra. ‘parlemitana’ (gentilicio que, debo reconocer, no tenía idea que existía)

Estoy fumándome un puchito en la vereda en Palermo, Bs. As., cuando veo una Sra. de edad avanzada que viene hacia mí paseando un perrito Pug. Impecablemente vestida y maquillada, y a pesar de ayudarse con un bastón para caminar, podría ser tomada como miembro de la realeza inglesa – quisiera yo tener ese porte.

El Pug pasa a mi lado y luego gira violentamente, casi arrastrando a la Sra., y me olfatea las zapatillas.
Sra.P: “¡Ay! ¡Mil perdones! No sé qué le pasa. Por lo general es muy educado.” (Dice esto mientras tira de la correa con tan poca fuerza que no creo que el Pug se dé por enterado que tiene que dejar de olerme las zapatillas)
Yo: “No hay problema. Seguramente siente olor al perro de mi hija.” (El Pug me mira como diciendo ‘¿Y dónde está que quiero jugar?’)
Sra. P: “¡Ah! Con razón. No es de tener este tipo de comportamiento. ¿Ud. vive en este edificio? Disculpe la pregunta pero cómo no la he visto antes…” (Vecinas son vecinas – en Palermo o en El Leyes)
Yo: “No. Vine a visitar a mi hijo que vive acá.” (Señalo el edificio)
Sra. P: “¡Ah! No pudo elegir mejor lugar para vivir. Yo que soy Parlemitana – nací en Palermo - ¿Puede creer que donde está aquel edificio estaba mi casa paterna?”
Yo: (Sin poder evitarlo) “¿No me diga?”
Sra. P: “Sí. Ahora tengo un piso ahí. Pensar que en esta calle me enamoré por primera vez.” (¡Ay! Miro al Pug que parece saber lo que viene porque ya se echó a los pies de su dueña y parece estar tomando una siesta)
Yo: (Jurándome no decir ‘¿no me diga?’ nuevamente) “Ah”
Sra. P: “Sí. Él era poeta. Falleció hace poco.”
Yo: “Ah.”
Sra. P: “Pero en esa época los padres tenían la última palabra y no aprobaron nuestra relación.”
Yo: “Ummm” (Y bueno, hay que variar las onomatopeyas)
Sra. P: (Exhalando un suspiro digno de la Garbo) “En fin. Después de todo tan mal no me fue.” (Y parece volver lentamente de sus reminiscencias) “Ahora sólo tengo a Ícaro” (Y mira al Pug que responde incorporándose. Y yo pienso ¿Por qué le habrá puesto ese nombre? ¡Pero NO voy a preguntar!)
Yo: “Es hermoso.” (No me gustan los Pug, pero a un dueño de perro jamás se le dice algo así)
Sra. P: “Me lo regaló mi hijo para que ‘me haga compañía’” (La entonación que denota las comillas es una obra de arte)
Yo: “Y, es lindo tener una mascota.”
Sra. P: “Sí. Pero éste me va a mandar al psicólogo.” (¿Eh?) “Parece que quiere manejarme la vida. Yo antes me levantaba a la hora que quería y desayunaba tranquila. Ahora ni termino el té que Ícaro ya va a buscar la correa y se para al lado mío. Y me mira de una manera…”
Yo: “Ja, ja. Pueden ser muy manipuladores.”
Sra. P: “ Y me hace sentir culpable si no lo saco enseguida. Y no puedo ver Guapas porque no le gusta. (¡Ah, bué!) Ladra y  ladra hasta que cambio de canal.” (Miro al Pug y él se hace el distraído) Pero póngale ballet o música clásica y es un angelito.” (Perro finoli este Ícaro)
Yo: “Bueno, no se le puede criticar el buen gusto. Ja,ja.” (La Sra. se ríe también)
Sra. P: “Bueno, ha sido un gusto  conocerla. Voy a seguir porque tengo que dar la vuelta a la manzana con Ícaro.” (Y, sí, no creo que lo pueda pasear más de eso)
Yo: “Un gusto para mí también.”


Y se aleja, con Ícaro siguiéndole el ritmo lento. Y yo me arrepiento de no haber preguntado por qué le puso Ícaro. Bueno, siempre hay otra oportunidad …

martes, 18 de noviembre de 2014

Diálogo con traumatólogo

Entro al consultorio rengueando, saludo al doctor y me dejo caer en la silla.

T: “No le pregunto cómo anda porque ya veo que no anda bien.” (¿Te parece?) “A ver, muéstreme el pie.” (Mi traumatólogo – quizá debido a sus años en salas de emergencias - parece creer que la camilla está reservada para los casos graves, por lo tanto ese ‘muéstreme el pie’ significa ‘poné la pata arriba del escritorio’ ¡Menos mal que no es psicólogo! Se me presenta imagen mental de paciente acostado sobre el escritorio.)
Yo: “Ahora está bastante deshinchado porque_”
T: “¡Uy! ¿Pero dónde metió la pata?” (¡Ah, nó!) “Parece una empa_” (Acá lo interrumpo levantando la mano como lo hacía con los alumnos cuando me parecía que iban a decir alguna b… eh… algún ‘desatino’)
Yo: “Si me va a decir que parece una empanada y, en particular, una empanada gallega, lo mando a manejar un colectivo de larga distancia.” (Me mira sin entender, o quizás pensando que además de un trauma óseo o de tendones, tengo algún otro tipo de trauma – mental. Así que le cuento la anécdota con el chofer – ver diálogo 15/11/14)
T: “Jaaaaaaaaaaaaaa. ¡Un genio el chofer!”
Yo: “Mire, si ahora ud. me dice que es una ‘torcedura’, me voy a la empresa de colectivos y le pago la consulta al chofer.”
T: “Jaaaaaaa. La verdad que me parece que no le erró mucho. Pero él no la revisó, ¿no? Ja ja.” (¡Cómo me gusta que la gente se divierta!)
Procede a toquetearme el pie, lo mueve para todos lados (este se cree que mi pie es la cabeza de una poseída y puede girar 360º?) y finalmente me extiende el pie hacia abajo y me hace ver las estrellas.
T: “Aaaaaaajá. Voy a usar el vocabulario por el que me paga: esto es una bruta tendinitis.” (Bué, no creo que el ‘bruta’ sea un adjetivo calificativo que le enseñaron en la facultad). Va a necesitar quinesiología.”
Yo: “¡Ay, no!”
T: (Mirando mi historia clínica) “Sí, ya sé. No le gusta la kinesiología. Busquemos alternativas entonces.” (Acá me da medicación y una crema) “Pero si esto no funciona en 4 o 5 días no le va  quedar más remedio.”
Yo: “Mire, muchos me han dicho que no tengo remedio, así que ….”
T: “Ja ja. Menos mal que se lo toma con humor.” (¿Y qué querés que haga?) Bueno, vaya y acuérdese – no más de 5 días de este tratamiento. (Me levanto para irme)  Y no quiero que se ‘acuerde de mí y de mi familia’ en estos días, ¿eh? Ja ja”
Yo: “Lo voy a recordad con mucho cariño, no se preocupe. Ja ja.”



Y me voy, rengueando nuevamente, y recuerdo a Santiago Ramón y Cajal: “Sólo el médico y el dramaturgo gozan del raro privilegio de cobrar las desazones que nos dan.” ¡Tendría que agregarle los choferes de larga distancia!

sábado, 15 de noviembre de 2014

Diálogo con chofer de colectivo larga distancia. 

Entrego mi boleto de vuelta a Santa Fe al chofer acompañante, quien mirando el número de asiento, me dice:

Ch: “Arriba Sra.” (La entonación está entre ‘el asiento es arriba’ y ‘Muévase’)
Yo: “¡Ay, no! No puedo ir arriba.”
Ch: (Mirándome como si fuese tarada) “Pero el asiento que le dieron es arriba.” (Sí, ya sé, querido) “Y ud. lo compró hace dos días en Santa Fe.” (O sea, ‘No sea idiota – ud. eligió el asiento)
Yo: “Si. Pero en ese momento no sabía que me iba a lesionar el pie. Mire cómo lo tengo.” (Y subo pudorosamente el pantalón para que contemple la masa amorfa que es mi pie derecho que rebalsa de la zapatilla sin cordones)
Ch: “¡Uy! ¿Pero dónde metió la pata?” (¡Si yo supiera!) “Eso es una empanada – gallega.” (¡Muy gracioso que te tiró!) “Es una torcedura fea.” (Bueno, chofer, comediante y diagnosticador al paso)
Yo: “Sí. Por eso no quiero ir arriba. Primero, me llevaría una vida subir. Segundo, me va a llevar otra vida bajar.” (Me mira como diciendo: ‘bueno, bancatela, pero ya detecto en el tono de voz que ‘se puede trabajar la situación’) “Bueno. Si no se puede no se puede. ¿Me ayudás a subir? Me vas a tener que llevar el bolso. Y te voy a tener que molestar para que me ayudes a bajar si tengo que ir al baño….” (La dejo picando)
Ch: (Reaccionando con la velocidad de servicio de emergencias) “No. No. Cómo va a hacer con ese pie. Vaya abajo (y me da el número de asiento) Es individual. (¡No vaya a ser que un pasajero se queje porque tiene que moverse para dejarme pasar y le perturbe el descanso! ¡O que me caiga por ahí y el seguro tenga que pagar!)
Yo: “¡Muchísimas gracias!” (Dulce sonrisa de ancianita que cree que el Sr. es un ser humano  comprensivo)
Ch: “Suba con cuidado. ¿Puede con el bolso? A ver, vos, dame el pasaje y subile el bolso a la Sra. (Esto dirigido a un pobre muchacho que está detrás de mí en la cola. ¡Pero qué HDP!)
Yo: “No. Está bien. Puedo. Gracias.”


Subo y me siento. Mientras pongo el bolso en el piso y lo empujo bajo el asiento viene a mí la expresión ‘esquivar el bulto’. En este caso creo que el chofer más que ‘esquivar’ quería encajárselo a otra persona.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Diálogo con Conciudadana Caminante

El día que logro cruzar el puente colgante, empiezo a estirar un poco antes de pegar la vuelta. De pronto:

CC: “¡Agggggg….yyyyyyy! (Sí así sonó) ¡La PMQLP!”
Giro y veo a una chica de unos veintitantos, tirada de espalda en el pasto, tomándose la pierna derecha. Me acerco, le agarro la pierna y comienzo maniobras anti-calambre.
Yo: “Aguantá un cachito. Ya se va a pasar.”
CC: “¡Aaaaayyyyyy’!” (Seguido de otras varias expresiones soeces). Viendo que esto no funciona, le saco la zapatilla e implemento lo poco que se de reflexología.
CC: “Ahhh. Ya … tá. (Así se habla cuando uno larga aire en medio de una secuencia de sonidos)
Yo: “¿Segura?”
CC: “Si. Gracias.” (Se seca las lágrimas)
Yo: “¡Flor de calambre! Parate y hacé unos pasos. Sin miedo.” (Le tiendo la mano y la ayudo a incorporarse.)
CC: (Mientras pone a prueba la pierna) “Ese masaje me sacó el calambre de una. ¿Qué es? Reiki?” (¿Eh?)
Yo: “No, no. Reflexología.”
CC: “¿Dónde aprendió?”
Yo: “Un libro.” (Omito decir que es una novela de suspenso  donde un personaje hace lo que yo le hice a ella – hasta ahí mi conocimiento. ¡Qué bueno que Joe de Mers sea confiable en la descripción de los movimientos a realizar!) “¿Cómo la sentís?”
CC: “La verdad que bien. Me acalambré por boluda. (bué – yo nunca desmiento nada sin pruebas) Es que estoy hecha una cerda.”
Lo que yo veo es una joven de buenas formas y para nada obesa – para nada. Empezamos a caminar despacio.
Yo: (Riéndome) “Peso no te sobra. Me parece que te faltaba ejercicio.” (Pienso en ‘Narciso’ – ver diálogo 28/08/2014 – y me callo)
CC: “¿En serio no me ve gorda? Yo me miro al espejo y me odio. Las chicas de la facu son unos palos en comparación.” (Allá ellas, pedazo de salame)
Yo: “¿Qué estudiás?” (Me cuenta que está en primer año de una ingeniería) “¡Ah! Todo ciencias duras.”
CC: “Sí. Me gustan porque al contrario de las sociales, todo se puede medir y comprobar.” (No coincido totalmente, pero me guardo el comentario)
Yo: “Bueno, entonces me sorprende que digas que sos gorda.”
CC: “¿Eh? ¿Qué tiene que ver?”
Yo: “Bueno, las ciencias duras son empíricas, ¿no? ¿Cómo comprobaste que sos gorda?”
CC: (Me mira como si fuese lela) “Tengo espejo en casa. Le dije_”
Yo: “Ummm. Eso no es muy empírico, ¿no? Después de todo, lo que uno ve es lo que nuestro cerebro dice que estamos viendo.”
CC: (Se sonríe) “Los famosos misterios de la percepción. Lo vimos en biología.”
Yo: “Eso. Así que tenemos que admitir que tu percepción de tu ‘gordura’ puede estar equivocada.”
CC: (Se ríe) “¿Es psicóloga?”
Yo: (También riéndome) “No. Fui docente mucho tiempo.”
CC: “¡Ah! ¿Y lo empírico qué sería?”
Yo: “Ir a una nutricionista que te haga ese estudio – no sé el nombre – que te da cuál es tu peso ideal de acuerdo a distintas variables: edad, altura, y otras cosas.”
CC: (Se le ilumina la cara) “Tiene razón. ¿Cómo no se me ocurrió? Pero y si_”
Yo: (Anticipando lo que viene) “Si te dice que estás excedida de peso, primero, por lo menos se comprobaría la hipótesis que tenés. (Nos reímos) Y segundo, te daría una dieta para ajustar eso. Bueno, acá cruzo.”


Nos despedimos y mientras cruzo la avenida pienso en la autoimagen – esa fotografía interna que muchas veces nada tiene que ver con cualquier imagen de nosotros que se capte con una cámara.

jueves, 28 de agosto de 2014

Diálogo con Conciudadano Caminante.

Salgo a caminar un poco y descubro que estoy en un estado lamentable – de hacer la mitad de la costanera, cruzar el puente colgante y volver a casa como si nada, he pasado a no poder llegar a más de dos cuadras después del faro. Paro y empiezo a estirar nada más que para poder descansar cuando…

CC: “El precio de la vida sedentaria, ¿eh?” (Esto viene de un señor de más o menos mi edad que está estirando como si fuera de goma)
Yo: “Y de ser fumadora.” (Me mira horrorizado – ¡ni que le hubiese dicho que soy asesina serial!)
CC: “¡Con razón ya casi venía arrastrando los pies!” (¡Pero y la PMQTP! Que eso sea cierto no te habilita para decírmelo en la cara) “Debería nadar también, además de caminar todos los días por lo menos una hora.”
Yo: “Umm” (No es que no quiera contestar – solo estoy tratando de respirar)
CC: “Yo hice deportes toda mi vida y cuando me casé me negué a dejarme estar. Le enseñé a mi mujer a cocinar sano. ‘Mi cuerpo es mi templo’ - buena frase, esa.”
Yo: “Aja.” (El mío debe ser uno de esos templos medio en ruinas en la selva)
CC: “Uno tiene que mantenerse joven. Mirarse al espejo y verse avejentado es terrible ¿Cuánto me da?” (Empiezo a pensar en Narciso – no la flor sino el de la mitología griega)
Yo: (Nunca es bueno contestar una pregunta como esa directamente) “Mas o menos mi edad.” (Tomá. El chasis puede estar ‘tuneado’  pero la edad se nota igual)
CC: “¿En los 50?” (No sé si está preguntado por mí, por él, o si está afirmando que ambos estamos en los 50)
Yo: “Ajá.” (Mientras inhalo y exhalo lentamente pienso que, después de todo, sí estoy en los 50 – en qué parte de los 50 es otra cosa) “Lo que pasa es que  hace rato que no caminaba. Ya me voy a acostumbrar de nuevo.”
CC: “Dejar es lo peor. El cuerpo pide ejercicio. Yo ya caminé 2 horas y después me voy a jugar al tenis un rato.” (Al dope está el hombre)
Yo: “Yo ya voy a pegar la vuelta. Como me pesan las piernas me va a llevar un rato.”
CC: “Pero no camine despacio. Póngale energía. Tiene que sentir que su mente domina sus músculos.” (¿Qué músculos? ¿Los que tengo agarrotados?)
Yo: (Le sonrío y giro para irme) “Bueno, que tenga buen día.”
CC: (Sin registrar que eso es una despedida) “Y cuando llegue a su casa hágase un buen jugo de zanahorias – nada mejor que eso después de hacer ejercicio.”


Le sonrío y asiento. Empiezo la vuelta que se siente más como una retirada. Pero me las arreglo para caminar como si nada me doliese hasta estar fuera de su vista. Y juro que la próxima vez que salga a caminar voy a tratar de evitar a Narciso.

miércoles, 30 de julio de 2014

Diálogo con Inspector de Tránsito

Estaciono en calle céntrica y voy en busca del parquímetro – nada. Vuelvo sobre mis pasos y me dirijo a la esquina opuesta – nada. Además no veo cartel alguno que indique si se puede estacionar o no. Lo que sí veo es un inspector de tránsito que se me acerca.

Yo: “Buen día. Disculpe, ¿se puede estacionar acá? (Pregunto esto mientras miro para todos lados indicando que no hay señalización en contrario)
IT: “Muy buen día para Ud. también, Sra.” (Lo dice como si estuviese deseándome suerte en la lotería) “Y, como poder, se puede.”
Yo: (Reconociendo en su entonación la mía propia cuando decía cosas similares para que un alumno fuera más preciso en una pregunta) “Este… está permitido estacionar acá?”
IT: “¡Pero qué alegría me da ver que hay gente que usa el idioma con propiedad!” (¡Nooooo! ¡Me tocó un IT lingüista!!!!!) “¡Hay que ver las cosas que dice la gente! A veces hay que hacer un curso para entenderles. Y ni le cuento cuando insultan.”
Yo: “Y eso le debe pasar seguido, ¿no?” (¡Ay! ¿Por qué le sigo la corriente???)
IT: “Con mucha frecuencia. Pero después de la primera semana uno se acostumbra. Pero ni en los insultos hay creatividad, mire. Siempre lo mismo.”
Yo: (A esta altura ya sin saber qué decir) “Eh… estresante lo suyo, ¿no?”
IT: (Sonriendo de oreja a oreja) “¡Pero no! La gente está estresada. No tienen equilibrio emocional (¡Ah bué!). Hay que relajarse un poco, saber respirar. Si la gente se tomara unos minutos al día para meditar, todo andaría mejor.” (¡Ah, ya está! ¡Este hace yoga!)
Yo: “¿Hace yoga?” (¿Para qué pregunto?)
IT: “No. No. Lo mío es el Zen.” (Nooooo. ¡Esto NO puede estar pasando!) “¿Sabe qué es?”
Yo: (Pensando cómo cortar ‘cordialmente’ esta charla) “La verdad que no. Pero_”
IT: “Debería probar. Es genial.” (Y me da una tarjetita con los datos de un lugar donde se practica)
Yo: “Gracias. Y volviendo a lo del estacionamiento…”
IT: (Sonriendo) “Vivir apurado también hace mal.” (Sí, querido, pero no me queda otra – como a muchos) “¿Cuánto tardará?”
Yo: “Y… unos 10 minutos no más.”
IT: “Bueno. Vaya tranquila.”
Yo: “¿Pero se pue– está permitido estacionar acá? No veo carteles.”
IT: “Lo sacaron ayer para poner uno nuevo, pero todavía no lo trajeron. Por eso estoy acá. Para explicarle a la gente que no debe estacionar. Es difícil, porque al no haber cartel, te discuten y discuten… en fin.” (Parece que el sosiego de la meditación va desapareciendo) “Pero quédese tranquila, vaya no más.”
Yo: “Mil gracias. En un ratito estoy de vuelta.”


Y me alejo rápidamente preguntándome si estuve charlando con un purista de la lengua o con Lao Tse – o una mezcla de los dos.

viernes, 18 de julio de 2014

Este diálogo corresponde al 26/06 ... ¡me olvidé de subirlo ese día!

Diálogo con empleada de correo en cuyas manos puede estar el final – o no – de mi angustiosa búsqueda de la tarjeta de débito.

La sala de la empresa de correos está atiborrada de gente. Saco número y me dispongo a esperar. Con cada diálogo entre cliente y empleada siento que los planetas han cambiado de posición violentamente mientras yo venía para acá y ahora están alineados para joderme la vida – ocho de trece con mi mismo problema, ocho personas que van a tener que reclamar a Rosario o pedir reimpresión de tarjeta. Finalmente…

EC: “Buen día, Sra. ¿En qué la puedo ayudar?”
Yo: (Tratando de ponerle humor – tanto por mí como por la pobre chica con la que varios descargaron su bronca por no encontrar sus respectivas tarjetas) “Soy la novena.”
EC: “De la última hora. Del día es la vigesimosegunda.” (Y me mira como diciendo ‘ya se te va a ir el humor en un ratito’, y yo no sé si felicitarla por saber los números ordinales – cosa rara hoy en día hasta en los medios de comunicación – o empezar a lagrimear)
Yo: “La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?” (Y con mano temblorosa le alcanzo el papelito donde está el número de envío)
EC: “¿Esto es un siete o un uno?” (Y me extiende el papelito para que yo le saque la duda – podría haber probado con los dos números, ¿no?)
Yo: (Viendo que es un 1 clarito como el agua) “No tiene palito cruzando la línea vertical, así que debe ser un 1.”
EC: “Mmmm. Ud. no lo va a creer, pero hay gente que no le pone el palito al siete.”
Yo: “Mirá vos.” (Pienso: ‘Pero el 1 es un flaco con nariz recta hacia abajo y el 7 es otro flaco pero tiene la nariz parada, querida’, como éste – pero no digo nada)
EC: (Mientras tipea los números sin mirar el teclado) “Fíjese si el último número es un ocho.” (¡Pero y la PM!  ¡Es un 8 grande como una casa!)
Yo: “Es un ocho. Seguro.”
EC: “Mmmm. Debería haber imprimido la página, así no había confusiones.” (Querida, ¡la única confundida o con mala onda sos vos!) “¿Qué le dije? El número no salta acá.” (¡Yo te salto la soga todo lo que quieras con tal de encontrar mi tarjeta!)
Yo: “Te lo dicto, ¿querés?” (Y sin darle tiempo a replicar, empiezo a ‘cantar’ dígitos lento y clarito)
EC: “¡Ah! Acá está. Me voy a fijar porque según esto (vaya a saber qué es ‘esto’) ya deben haberla embolsado.”  (¡Ay! ¡Mi pobre tarjeta sofocándose en la oscuridad más absoluta!)
Desaparece por una puerta y tarda un rato. Escucho cosas como ‘Seguro se fue a tomar un café’, ‘Se toma un recreíto y nosotros acá’, etc. etc. Empiezo a temer por la seguridad de la EC cuando vuelva. Pero cuando reaparece, tiene un sobre en la mano, y yo inspiro hondo.
Yo: “¿La encontraste?”
EC: “Por supuesto. Con el número nada se pierde. Ya la tenían para embolsar. Firme acá y acá y aclare acá.” (¡Te firmo la camisa también si querés!)
Yo: “Muchas gracias.”
Giro para irme y me encuentro con las miradas adustas de los otros clientes. Me tengo que tragar la sonrisa de felicidad hasta llegar a la vereda. Ahí abro el sobre y…SIIIIIII!!!!! Ahí está mi tarjeta – sana y salva. Y después de cortar el cordón umbilical (la cinta adhesiva con la que está pegada a la carta del banco) casi que me estira los bracitos!!!



lunes, 7 de julio de 2014

Recorro la ruta 1 en busca del lugar donde vi muebles de algarrobo y después de esquivar tachos color naranja (están trabajando en la ruta) logro bajar sin que ningún pozo me trague.

Yo: “Buen día.”
C: “La verdad que sí. Para que alguien pueda llegar hasta acá…”
Yo: “Ja. Ja. Sí. No es fácil. Pero ando atrás de una mesa para televisor y me parece que la última vez que pasé por acá vi uno.” (Me mira y sé que duda que yo pueda ver algo desde la ruta – en fin)
C: “Debe haber ido muuuuy despacio.”
Yo: (¡Qué te voy a explicar que a pesar del ojo derecho veo muy bien si tengo los anteojos puestos!) “Sí. Había cola. Íbamos a paso de tortuga.” (¿Contento?)
C: “¡Ah! Ya me parecía. (¡Pero qué HDP!) Acá tengo una en crudo.” (Me la muestra, y yo, rodeando la mesita, noto que la parte de atrás está hecha de cualquier cosa menos de algarrobo)
Yo: “Umm. Éstas no son tablas de algarrobo, ¿no?”
C: “¿Ud. dice porque no están coloradas? Es que el color se le da después.” (O sea, tiñéndolas van a parecer algarrobo)
Yo: “No. Si toda la mesita está sin teñir. A lo que voy es que esto no es algarrobo.” (Y señalo las tablillas que pueden ser un poquito mejor que las de un cajón de manzanas no más.)
C: “¿Conoce de maderas?” (¿Y cómo te creés que sé que esas tablillas NO son de algarrobo?)
Yo: (Me río para no acogotarlo) “¿Tan raro es que una mujer sepa de maderas?”
C: “Es que antes las mujeres no sabían nada y los hombres sí. Ahora ninguno de los dos sabe. Ja, ja.” (Bueno, tal vez en eso tiene razón)
Yo: “¿Cuánto me saldría una como ésta pero con algarrobo atrás?” (Para que le quede claro, ¿vio?)
C: ¿Para qué quiere algarrobo ahí? Si total no se ve.” (Porque si quiero un mueble de esa madera, ¡TODO el mueble tiene que tener esa madera! Pero si no ve eso…)
Yo: “Porque lo quiero crudo para encerarlo – no teñido. Medio difícil encerar esas tablas que ni siquiera se pueden lijar mejor.” (¡Tomá! Ya me hartaste)
C: “Como los viejos.” (¿Este quiere morir con un tarro de barniz en la cabeza?) “Digo, ¿vio que antes los muebles casi no se teñían, se enceraban.” (Rápido para zafar el hombre)
Yo: “Si. Y antes de eso usaban cebo, o sea que en realidad los engrasaban – pero si la madera era buena. O sea, con éstas (y vuelvo a señalar las pobres tablitas) ni eso se podría hacer.”
C: “¿En serio hacían eso?” (¡Pero hay que ser idiota!)
Yo: (Volviendo al tema) “Entonces, ¿cuánto?”
C: “Y, yo la tengo barata – pero si la quiere con fondo de algarrobo le va a salir más cara.” (Y me tira un precio que no está nada mal.)
Yo: “Pero acuérdese que no lo quiero teñido, ¿eh?”
C: “Claro. Pero mire que no hay rebaja por dárselo así, crudo.”
Yo: “Debería, pero bueno. No importa. ¿Para cuándo estaría?”


Me dice cuándo lo va a tener listo y cerramos el negocio. Subo al auto y no puedo evitar recordar algo que decía mi abuelo: “Palo de madera dura aguanta la rajadura.” Espero que el carpintero haga bien las cosas porque si no voy a probar cuán duro es el algarrobo….

miércoles, 25 de junio de 2014

Diálogo con empleada bancaria – la de mi sucursal. Y sí, tenía que ver si alguien me ayudaba a rescatar mi tarjeta de débito!!! (ver diálogo con EB del 4/6/14)

Desesperada como Lilita Carrió buscando la república, me dirijo a mi sucursal bancaria. Mi turno llega mucho más rápido que en la central del banco y apenas me siento delante de la EBS le cuento mi problema cual paciente a psicólogo.

EBS: “¿Y no le dijeron si está o  no en el correo?”
Yo: “No. La chica me dijo ‘que está viniendo’” (Imitando a la EB de la casa central)
EBS: “Jaaaa. La hace igualita a las de allá (‘allá’ = casa central) ¡Es que tienen taaaaanto que hacer, pobres! (sarcasmo si los hay) ¡Si se la pasan limpiando la plaquita con el nombre! A ver si yo se la puedo rastrear. Porque si no tiene número de envío tampoco se la van a dar aunque esté en el correo.” (¡Chan! ¿Qué pasó con reclamar algo con tu nombre y número de documento?)
Yo: “Pero ni siquiera me dijeron en qué correo está.”
EBS: (Mientras los deditos zapatean en el teclado de la PC) “Pasa que hasta febrero usaban Oca, pero después pasó todo a Andreani. A ver si puedo entrar a la página – ¡esto está más lento! (Deduzco que ‘esto’ es internet)
Yo: “Cuando le dije que nunca me habían notificado, me dijo que eso era imposible, y después le pedí la dirección que tenían y era cualquier cosa.”
EBS: “¡Ah! Qué raaaaro que tengan la base de datos mal. (Otra vez sarcasmo y la madre – se ve que la interna ‘sucursales’ vs ‘central’ está al rojo vivo) No sabe cuánta gente termina acá para ver si le solucionamos problemas que tendrían que solucionar ellos. (Toma mi documento y tipea el número seguido de otros muchos números)
Yo: “Pero acá uds. tienen bien mi dirección y todos mis datos. ¿Cómo puede ser?”
EBS: “Es que nunca actualizan la base de datos. Ummm. Acá no está.” (Terribles palabras esas)
Yo: “Si no, voy a tener que pedir una reimpresión y eso tarda, ¿no?”
EBS: “Primero vamos a ver si la encontramos.”
Yo. “Es que no te quiero hacer perder tiempo – aunque hoy no hay mucha gente, ¿no?”
EBS: “No. Hace frío.” (O sea, los clientes de acá no joden los días de frío)
Siguen unos largos minutos de silencio sólo interrumpido por el sonido del teclado de la PC. Casi me suena a un réquiem para mi pobre tarjetita, miren.
EBS: “¡Aca está! (Creo que casi le agrega un ‘¡Tomá carajo!’, pero se frena a tiempo) Según esto está en Andreani – por lo menos ayer estaba – actualizan la página dentro de un rato. Ya le anoto el número de envío, y yo que ud. voy hoy mismo.”
Yo: ¡No sabés cómo te lo agradezco!”
EBS: “Para eso estamos, Sra. Pero no cantemos victoria todavía. Y avíseme cómo le fue.” (Me extiende el papelito que puede ser certificado de nacimiento o defunción de mi tarjetita en el que también escribió la dirección donde tengo que ir – ¡una divina!)
Yo: “Claro. Y mil gracias de nuevo.”


Salgo eyectada del banco y me parece que por fin los planetas se alinean en mi favor porque justo viene el cole. Subo con renovada energía y solo espero que los planetas no se muevan de donde están hasta que llegue a Andreani.

miércoles, 4 de junio de 2014

Diálogo con empleada bancaria – o ‘asesora de clientes’ como reza la plaquita sobre su escritorio.

Después de una prolongada espera para que mi numerito de papel se transforme en lucecitas en el display gigante, me siento frente a un escritorio muy mono y moderno

EB: (Acomodando la plaquita que algún cliente recientemente asesorado debe haber movido) “Buen día Sra. ¿En qué le puedo ayudar?”
Yo: “Vengo a buscar una tarjeta a mi nombre. Me dijeron en la sucursal que estaba acá.”
EB: “Veamos.” (Y se acabó el contacto personal ya que gira para estar cara a cara con su mejor amiga – la pantalla de la PC) “¿Su documento?”
Le doy mi documento y toda la información que me solicita.
EB: “¡Pero esta tarjeta estuvo acá por un año y tres meses!” (1- noto un leve reto a la clienta que no fue a retirar la tarjeta, y 2- empiezo a temblar por el pretérito en ‘estuvo’)
Yo: “¿Y cómo iba a saber que tenía que buscarla si nadie me avisó?”
EB: (Con la vista fija en la pantalla y realizando mohínes varios que no logro descifrar) “Debe haber recibido un aviso.”
Yo: “Para nada. Ni por correo, ni por mail, ni con paloma mensajera.” (Digo esto último sonriéndole para ponerle un poco de humor a la cosa.)
EB: (El humor le resbala) “No, no. Acá dice que se le informó.”
Yo: (¿Para qué discutir? Capaz que me mandaron señales de humo y ese día me olvidé de mirar el cielo.) “Bueno, no importa. ¿Me la podés dar?"
EB: (Tornando realidad el temor provocado por el pretérito en ‘estuvo’) “Eso se mandó por correo – todas las tarjetas no reclamadas salieron por correo.”
Yo: “¿Y cuándo me llegará? ¿Hace mucho que la mandaron?”
EB: (Sin contestar ninguna de las dos preguntas) “Está yendo en el correo.” (Y yo me imagino una pobre cartita, apretada por miles de otras cartas, estirando los bracitos para asirse del borde de la bolsa del cartero para poder ver la luz y disfrutar ‘del viaje’)
Yo: “¿Por cuál correo lo mandaron?”
EB: (Clickea un ratito y me da el nombre de la empresa) “Va a tener que ver si ellos la tienen, pero para mí ‘está yendo’.” (Y esta vez me imagino la pobre cartita caminando perdida por la ciudad)
Estoy por levantarme cuando tengo una de esas brillantes ideas esporádicas.
Yo: “Disculpame, pero, ¿qué dirección tienen?” (Me dice la dirección y no puedo evitar reírme)
“Esa altura de la calle no existe. Con razón nunca me llegó nada. El cartero debe estar buscando una casa en el medio del Salado.”
EB: (No reacciona. O no sabe lo que es el Salado, o no conoce la ciudad, o le importa un joraca) “Es la que tenemos en la base de datos.” (Interpreto esto como ‘si está en la base de datos es real’)
Yo: (Entrando en calor – siempre me hace entrar en calor la incapacidad de la gente para admitir un error. A los únicos que siempre les perdoné eso son los alumnos, quienes por supuesto, me enseñaron a mí a admitir los errores ) “Entonces corregí la base de datos. Ahí está mi documento. De ahí sacaron mis datos. Y como verás, esa no es la dirección que figura en tu ‘base de datos’.”
EB: (Toma el documento, mira la dirección y clickea un poco más – y yo ruego que esté poniendo los dedos en las teclas apropiadas) “Bueno, de ahora en más va a recibir notificaciones, pero la tarjeta está yendo por correo.” (Ya lo dijiste querida – pero ahora ya sé que la pobre cartita está definitivamente perdida pobrecita.)

Le doy las gracias (podré estar caliente pero soy educada) y salgo del banco en búsqueda de mi tarjeta y hasta puedo imaginarme el abrazo emocionado que le voy a dar cuando la encuentre – ¡eso si la encuentro!            

lunes, 19 de mayo de 2014

Diálogo con Conductora Maleducada (2) – porque ya tuve una ‘charlita’ con otro CM – género masculino aquella vez.

Sur de la ciudad. Estoy buscando lugar para estacionar, por lo tanto tengo las balizas prendidas. Encuentro un lugar y freno. Al instante un bocinazo me hace saltar del asiento. Proviene de una camioneta 4X4 que está pegada al paragolpes trasero de mi auto. Bajo el vidrio y le hago señas manuales (parece que las balizas no las vio) para que pase.

CM: (Alineando su ventanilla de acompañante con mi ventanilla) “¿Qué carajo hacés? ¡Venís a paso de tortuga (¿No vio el cartel de velocidad máxima?) y encima pretendés estacionar!”
Yo: (Pienso que va a ser mejor dejar las cosas ahí, pero me puede la docente) “¿No viste las balizas?”
CM: “¡Y qué MIERDA me importan las balizas!” (¡Ah, bueno! Delicadita la Sra.) “¡¿Cómo te dieron el carnet – con esos culos de botella y ese ojo?! (Ahora sí se pudrió todo – ya me calenté)
Yo: “A lo mejor porque con este ojo y estos culos de botellas vi que había un idiota pegado al paragolpes que no mantenía la distancia reglamentaria y encima no le daba bola a las balizas.” (Miro el retrovisor para ver si no estamos obstaculizando el tránsito, pero no hay nadie atrás)
CM: (Sin responder a mis palabras – me parece que soy sustituta para el objeto real de su ira… vaya a saber quién o qué) “Por boludas como vos nos dicen a todas que las mujeres no sabemos manejar.”
Yo: (Sonriéndole ampliamente) “¿No será que necesitás un almohadón en el asiento y sacarle los polarizados a la camioneta? A lo mejor verías mejor. Y además supongo que sabés que las balizas son precisamente para anunciar una maniobra. ¿Vos rendiste para el carnet o te lo regalaron? Porque yo sí rendí.” (Pongo marcha atrás y miro el espejo lateral esperando que esto le indique el final del altercado, siga, y me deje estacionar en paz)
CM: “¿Y vas a estacionar no más?” (¿Pero además de maleducada es idiota en serio?)
Yo: “Y, sí, querida. Si movés ese monstruo de camioneta voy a poder estacionar. Por muy amena que esté la charla, tengo cosas que hacer.”
CM: “¿¡Y vos creés que yo no!? Estoy llegando tarde a buscar los chicos al colegio por tu culpa.” (Ya está. Necesita psicólogo/a – pero no creo que sea el momento de decírselo)
Yo: “Entonces te recomiendo que arranques. ¡Con las cosas que están pasando a la salida de las escuelas! No quiero ni pensar lo que te puede decir tu marido si le pasa algo a los chicos.”
CM: (Con la vista perdida vaya a saber dónde) “Pero y LPMQTP!  ¡Lo único que me falta! Que una tarada que no sabe manejar me diga lo que tengo que hacer.”

Pero arranca, dejando un poco de goma de las cubiertas en el proceso, y el espacio libre para que yo estacione.

Mientras cierro el auto reflexiono que esta CM podrá manejar una camioneta, pero nunca podrá manejar su vida si no empieza por hacerse cargo de ella y deja de culpar a los demás por cualquier cosa que le sale mal.

lunes, 12 de mayo de 2014

Diálogo con conciudadano tecnofóbico.

Me siento a esperar el cole en un banco de la plaza ocupado sólo por un señor de más o menos mi edad. Saco un cigarrillo y antes de encenderlo….

Yo: “¿Le molesta si fumo?”
CT: “Para nada. ESO sí me molesta.”
Sigo su mirada adusta y veo que la pasea por las personas sentadas en otros bancos, de distintas edades, que están concentrados en sus respectivos celulares.
Yo: “Bueno, la tecnología es así.” (¿Qué quieren que diga?)
CT: “Ya nadie charla. Nadie te mira a la cara. Ni siquiera se dan cuenta que estás al lado de ellos. ¿Ud. tiene celular?” (Lo dice en un tono tan acusador que casi, casi, le digo que no.)
Yo: “Sí, claro. Es muy útil.”
CT: “¡Bah! ¿Y cómo vivía la gente antes del celular, eh? En mis tiempos_”
Yo: (Cortando, creo que de raíz, el monólogo que veo venir) “Y, los tiempos cambian.”
CT: “Para peor. Los chicos pegados a las computadoras haciendo vaya uno a saber qué, y poniendo fotos de ellos que todo el mundo ve, ‘chatiando’ con vaya uno a saber quién, _”
Yo: (La verdad, no sé si no hubiese sido mejor que lo dejara hablar de ‘sus tiempos’) “Y sí, todo invento o nueva tecnología se puede usar para bien o para mal, ¿no?” (Y me inclino hacia adelante para ver si no viene el cole salvador)
CT: “¡Pero mírelos!  ¡Parecen robots! Para mí todo eso les pudre el cerebro.” (Querido, me parece que el que tiene el cerebro podrido sos vos.)
Yo: “Ni más ni menos que el televisor. Y cuando la tele llegó a argentina también había gente que creía que ‘nos iba a podrir el cerebro’. Y bueno, Ud. y yo crecimos mirando tele, ¿no?” (Como docente siempre pensé que un buen ejemplo clarifica conceptos – se ve que estaba equivocada)
CT: (Mirándome directamente y me parece que cada vez más enojado) “¿¡No va a comparar la tele con – con – ESO?!” (Esta vez vuela un dedo acusador que apunta a los antes mencionados usuarios de celus) “¡Pero mírelos! (¡Ya los miré!) Si hasta hace la gente maleducada. Ni te saludan siquiera.”
Yo: (Ya recalentándome un poco, lo admito) “La mala educación y la falta de consideración no las produce la tecnología. Y conozco familias que se sientan a almorzar con el tele prendido y no se dirigen la palabra hasta que llega la publicidad – y a veces ni ahí. ”
CT: “¿Y eso qué tiene de malo?” (¡Ah, bué. Me parece que metí el dedo en la llaga con el ejemplo.) “En mis tiempos_” (¡pero y la PM!)
Yo: “Ahí viene mi cole.” (¡Y espero que no sea el tuyo también!) “Hasta luego”


Al alejarme mi oído percibe algo como un gruñido en respuesta a mi saludo. Lo dicho, la mala educación no la produce la tecnología.

sábado, 3 de mayo de 2014

Diálogo con taxista (¿o el monólogo del taxista?)

1.30 a.m. Estamos volviendo de una ‘reunión social’ con una amiga en un taxi – una de esas juntadas de docentes para pasarlo bien y no hablar de laburo. Por supuesto, siempre se termina hablando de laburo. En el taxi, que viene demasiado rápido para mi gusto, seguimos charlando de laburo. (¡Una joda bárbara la nuestra!) Mi amiga se baja y yo le doy mi dirección.

T: (Sorpresivamente desacelerando a ritmo de tortuga) “¿Uds. Son ‘tichers’?”
Yo: (¡Ay! ¡Sonamos! Aunque no reconozco los ojos que me miran por el retrovisor) “Si.”
T: “¿Ud. puede creer - que yo siempre odié el inglés?”
Yo: “¡Ah!”
T: “Estudié en una escuela técnica y tuve dos ‘tichers’. Una alta, hermosa, toda delicada – la quería un montón.”
Yo: (Sin entender cómo se relaciona esta descripción con su odio por el inglés) “Hum”
T: “Y otra petisa que era veneno puro. Con ninguna aprendí. Odiaba el inglés.”
Yo: (Por la entonación ya me doy cuenta que no habla más conmigo y está recordando ‘viejos tiempos’) “Y, en las escuelas técnicas es difícil que los chicos_”
T: “Pero mire cómo es la vida. Hace seis años mi cuñado – que estaba en Florida, Estados Unidos – me llamó para laburar allá en la construcción.”
Yo: “¡Pero mire Ud.!” (Expresión de la época del moño, ¿pero qué otra cosa puedo decir?)
T: “Ahí me di cuenta lo estúpido que fui en no tratar de aprender inglés.”
Yo: “Bueno, pero en Florida y trabajando en la construcción_” (Ya me estoy acostumbrando a no terminar las frases)
T: “Sí. Todos latinos. Pero a los ‘red nec’ les iba peor porque los yanquis no entendían que siendo Mejicanos no hablaran inglés.” (¡¿?!)
Yo: “Uhm” (Y sigue manejando leeento. Y hasta los semáforos conspiran contra mí y se ponen rojos apenas ven el taxi acercarse)
T: “Por eso a mis hijos los mandé a inglés desde chicos. Y les dije: ‘no importa si la ‘ticher’ es una bruja – uds. estudian y aprenden igual.”
Yo: “Uhm” (Ni soñando intento revertir la imagen de ‘bruja’ de las profes de inglés que tiene. ¡Sólo quiero llegar a casa!)
T: “¿Pero puede creer que a ellos les gusta?” (Pienso: o te dicen que les gusta porque yo tampoco le llevaría la contra a dos metros de altura y un ancho impresionante)
Yo: “Bueno. Lo que pasa que cuando se empieza de chico_”
T: “Pensar que lo único que yo decía era ‘noespikinginglish’, ‘noespikinginglish’.” (¡Ay! Noooo. Sábado de madrugada ¡y yo escuchando esto! ¿Será un castigo divino por mi jubilación?)
Yo: “Ja. Ja.” (No risa propiamente dicha, más bien onomatopeya)
T: “Así que a mis hijos, cuando estamos viendo una peli en inglés, les digo que saquen los subtítulos (¡Ah! ¿Tiene uno de esos televisores? Se ve que gana bien con el taxi.) y me traduzcan.”
Yo: (Debatiéndome entre la piedad por esos chicos o decirle que cuando terminen la secundaria hagan el traductorado de inglés) “Eso no es fácil porque_”
T: “¡Y más les vale que yo entienda!” Y se ríe con ganas. (Y yo veo que quedan sólo unas cuadras para casa)
Yo. “Allá en la esquina a la izquierda.” (Para pero me sigue charlando unos minutos más – ya se me cansa el brazo de tenerlo extendido con el billete en la mano.)
T: Terminando su monólogo con un inesperado: “Nunca deje que un alumno de diga que el inglés es una boludez. Y le doy permiso para que les cuente lo que me pasó a mí.” (Y después de esta generosa cesión de su derecho de copyright,  me redondea el precio para abajo – algo que tomo como su ofrenda de paz para todas las ‘tichers’)
Yo: “Claro. Muchas gracias. Que siga bien.”
T: “Ud. también.” (Y arranca como cuando lo tomamos con mi amiga – a todo lo que da)

Mientras trato de poner la llave en la cerradura, (¡No sean mal pensados! No es por excesivo consumo de alcohol, sino porque no se ve un pomo) pienso que con padres como éstos la vida sería mucho más fácil para las ‘tichers’ – ¡los hijos que se la banquen!

miércoles, 30 de abril de 2014

Diálogo con empleada de obra social.

Después de esperar en una cola unos 15 minutos, ingreso a una oficinita y me siento en la correspondiente silla.

EOS: “Buen día. ¿En que la puedo ayudar?”
Le explico el trámite que deseo realizar – un reintegro por compra de ‘órtesis’. (Calma, calma, mi querido lector/ra. Va nombre vulgar de estas órtesis en particular: ‘plantillas’)
EOS: “Bien. Tiene que darme fotocopia del carnet, fotocopia del último recibo de sueldo, fotocopia de las dos primeras hojas de su documento, la receta del médico, la boleta por la compra y fotocopia de su CBU.”
Yo: “Eh… No tengo fotocopia del carnet, de mi documento, ni del CBU. Perdón, pero para qué fotocopia del carnet?”
EOS: (Con gran paciencia que se ve que ejercita con cada una de las personas que se sientan en la silla frente a su escritorio) “Me lo piden en Reintegro.” (O sea, ‘no tengo idea para qué, pero me lo piden y yo se lo pido’.)
Yo: “Realmente no entiendo para qué lo del carnet. En realidad no entiendo para qué todo eso.”
EOS: “Será (o sea, ‘voy a ensayar una hipótesis porque yo tampoco tengo la más pálida idea para qué’) para constatar que es afiliada.”
Yo: “Disculpame que sea tan tonta. Pero… que me pidan el último recibo lo entiendo – tienen que ver si el descuento de la obra social está ahí. Ahora, el recibo de sueldo tiene mi nombre, documento y número de CUIL, ¿así que para qué la fotocopia del carnet y el documento? Con que los muestre sería suficiente, ¿no?”
EOS: (Evitando contestar – o no tiene respuesta, o la respuesta sigue una lógica que el común de los mortales no entendería) “Acá al lado hay un cajero. Saque su CBU ahí. Después vuelve y le saca fotocopia porque el papelito del cajero se borra y no me lo reciben." (Entiendo que nuevamente se refiere a ‘Reintegros’, aunque no entiendo dónde está eso ¡porque esta oficina se llama así- Reintegros!) "Y de paso, saque las otras fotocopias en planta baja. Una vez que me traiga todo eso le inicio el trámite.”
Allá parto, papeles en mano, desando los tres pisos, y después de más de media hora y dejar el ‘órtesis’ en la fotocopiadora – ¿en qué imprimen, en papel con hilos de oro? – los ‘escalo’ nuevamente. Esta vez tengo más espera frente a la oficina porque en mi ausencia se ha formado una cola respetable.
Yo: (Entrado y sentándome nuevamente) “Bueno. Acá estoy de nuevo.” (Me mira y me doy cuenta que no se acuerda de mí) “Estuve hace un rato para_”
EOS: “Sí. Sí. Me acuerdo. Cómo se tardó, ¿eh?” (¡Pero y la PMQTP!) “A ver, a ver.” (Mira todos los papeles) “¿Y la fotocopia del recibo de sueldo?”
Yo: “No hice copia. Este lo imprimí de internet, así que te dejo este.”
EOS: “No. Necesito una copia.” (Y me extiende la hoja. ¿Me está tomando el pelo? ¿Cómo se llama esto que le estoy dando sino una COPIA?)
Yo: “Pero esto ES una copia.”
EOS: (Otra vez con entonación de ‘¿por qué la gente no entiende lo que le digo?’) “Necesito una FOTOcopia.” ( ¡Ah! ¡Esperá que agarro el celu y le saco una foto!)
Como su lenguaje corporal me dice que hasta que no lleve la FOTOcopia no voy a poder hacer nada, tomo la hoja, y vuelta a bajar los tres pisos, vuelta a la fotocopiadora, vuelta a subir… y, por supuesto, vuelta a esperar porque hay cola nuevamente. Finalmente:
Yo: “Acá está.”
EOS: “Ahora sí.” (Escribe en un formulario) “Le van a devolver $ XX (o sea, casi la mitad del gasto) en su cuenta. Esto lleva unos 3 meses.” (¡Ahhhh! ¡Bueno!)
Yo: “Gracias.” ( ¿Y qué le vas a decir? La pobre le pone toda la buena voluntad)


Empiezo a bajar la escalera pensando en aquel viejo sketch de Joe Rígoli y me siento satisfecha de haber ‘plantado el arbolito’ – aunque al muy bonsái HDP le lleve 3 meses crecer.

miércoles, 23 de abril de 2014

Diálogo con cartero.

Cuando abro la puerta me encuentro con el cartero.

Yo: “Buen día. Aunque seguro que no son buenas noticias.” (Siempre empezamos nuestra  conversación así, haciendo alusión a las boletas de servicios varios que trae)
C: (Usando también su contestación de siempre) “Ya dije, no entrego más esas cosas en mano porque cualquier día me linchan.” (Se ríe) “Pero hoy tengo algo mejor para Ud. Esto es su nuevo documento.”
Yo: “¡Ah! Era hora.” (Me pide mi documento viejo y el comprobante del trámite)
C: “Muéstreme la segunda hoja.” (Así lo hago) “18 del 2 del … ¿58?” (Bueno, Don, no sé por qué la entonación de sorpresa)
Yo: (Riéndome) “Bueno, tampoco es para que se entere el barrio entero.”
C: “¡Pero si es dos años menor que yo!” (No sé si tomar esta exclamación como: 1-‘Está hecha m…a’, o 2- ‘Yo soy mayor que Ud. y estoy en mi mejor momento’. Y ninguna de estas paráfrasis  es muy alentadora que digamos.)
Yo: “Bueno. Se ve que las caminatas diarias que hace lo mantienen bien.” (Me mira como diciendo ‘¿Me estás tomando el pelo?)
C: “La ‘caminata’ sería linda si no tuviera todo esto. (Mira el bolso que rebalsa de sobres) “Cuando me lo descuelgo al final de la vuelta, sigo caminando de costado como cangrejo por un rato largo.”
Yo: (Me río) “Sí. Ese peso le debe hacer percha la columna, ¿no?)
C: “Si. Pero tiene sus ventajas. Cuando llego a casa tengo masaje gratis.”
Yo: “¿Uhm?”
C: “Y, sí. Mi novia (¡Ah, bueno!) me da un masaje que me deja como nuevo. Porque yo le dije cuando empezamos a salir - (¡Ah, bué!) – ‘sin un buen masaje no sirvo para nada.” (¡A la pelota!)
Yo: (Sin saber bien qué cuernos decir) “Buen truco ese”
C: (Se ríe) “Nunca falla.” (Y me guiña el ojo) “Ud. que es profesora debe haber probado el ‘ ¡Ay, cómo me duelen las piernas!’, ¿no?” (Imitando muy bien a una mujer diciendo esto)
Yo: (Me río mientras pienso que esta conversación se está yendo al carajo) “La verdad que no. Debería haberme dado ese consejo antes.” (Y me apuro a seguir) “¿Dónde firmo?”
C: “Firme acá. Aclare acá. Y su número de documento acá” (Dice esto marcando con crucecitas los lugares en dos planillas) “Lindo día, ¿no?” (¡Ay! Menos mal que ya cambiamos el tema de conversación!)
Yo: “Sí. Un hermoso día de otoño.”
C: “Bueno. Acá tiene. Y cuídelo porque es una porquería de tarjetita.” (Buena definición de lo que, de ahora en más, va a acreditar mi identidad)
Yo: “Gracias y que siga bien.”
C: “Ud. también. Y acuérdese, pruebe con lo del dolor de piernas.”


Le sonrío a manera de despedida y una vez dentro de casa pienso que fue un acierto no mencionar que estoy jubilada. ¡No quiero ni pensar qué sugeriría el cartero sobre cómo lograr un masaje gratis y en qué parte del cuerpo!

jueves, 10 de abril de 2014

Diálogo con secretaria de clínica.

Llego a la recepción pero parece que no hay nadie. Miro alrededor y escucho ruidos que vienen de detrás del mostrador. Un par de manos pone carpetas, sobres, cuadernos uno tras otro sobre el mostrador. Luego emerge una cabeza que me saluda.

Yo: “Me parece que necesitás un par de manos más.”
S:  (Se ríe) “¡Ni un pulpo podría con todo esto!” (Se arregla el pelo, se calza bien los anteojos y endereza la chaqueta) “¿En qué la puedo ayudar?”
Yo: “La verdad, me ayudarías si me dijeses que no tengo que hacerme todo esto.” (Pongo sobre el mostrador la parva de órdenes para análisis y otros estudios)
S: (Mirando uno por uno los papelitos) “¡Uy! ¿Pero cuánto hace que no iba a un médico?”
Yo: (Me bajo los anteojos y la miro por encima del marco – deformación profesional que no puedo erradicar) “Estuve muy ocupada los últimos_”
S: (Termina la oración por mí) “¿Diez años?” (Y se ríe)
Yo: (Bueno, usemos nuestro sentido del humor). “Sí, más o menos” (Y también me río)
S: (Mira el nombre en las órdenes) “¿Ud. no es profesora de inglés?”
Yo: (Pienso: ‘¡Ay!  ¡Soné!’ Pero la cara no me resulta familiar). “Sí.” (Y por las dudas lo dejo ahí)
S: “Una prima mía estudió inglés en el Brown. Yo pasaba a buscarla los viernes a la noche - tarde. Creo que ahí la vi un par de veces”
Yo: “Capaz que sí. Yo daba clases los viernes hasta las 22:30. ¿Quién es tu prima?”
S: (Me dice el nombre y mi cerebro empieza a escanear ‘la base de datos’.) “¡Ah, sí! Me acuerdo de X. Cursó conmigo Lengua III en el 2008.”
S: “¡Qué memoria! Y ella se acuerda de ud. porque siempre la nombra.” (¡Qué lo tiró! Acá agrega un par de análisis más y alguna orden para un psiquiatra. ¡Los alumnos deberían firmar un acuerdo de confidencialidad sobre los docentes que tienen!) “Dice que se ca….ban de la risa con ud.” (Bueno, lo voy a tomar como un cumplido)
Yo: (Cambiando violentamente el tema) “¿Y cuándo te parece que me voy a poder hacer todo esto?”
S: “Bueno, normalmente esto lleva toda una mañana.” (Y empieza a listar  - en  orden – todo lo que tengo que hacer, dónde tengo que estar, a qué hora, y cómo autorizar cada cosa en la obra social.)
Yo: (Apabullada por la andanada de información) “¿Y vos decís que yo tengo memoria? Ja Ja. ¿Me podés escribir todo eso?”
S: “Sí, claro. Y esto sí lo sé de memoria por repetirlo tantas veces. Pero lo suyo_” (Toma un papelito y procede a escribir con una velocidad sorprendente pero con letra muy legible – letra que me recuerda a la de su prima, la verdad) “_ ¡acordarse de los alumnos que tuvo en el 2008! Yo no me acordaría de un paciente de esa época.”
Yo: “Bueno. Vas a tener que acordarte de mí porque después de esto no me ves más el pelo hasta dentro de 6 años más o menos.”
S: (Se ríe mientras hace la última anotación) “Acá tiene. Y nos vemos la semana que viene.”
Yo: “Gracias. Y dale saludos a tu prima.”
S: “Claro. No me va a creer que se acordaba de ella.”


Salgo con el papelito de instrucciones en la mano y mientras lo pongo en la cartera me pregunto por qué la gente piensa que los docentes no recordamos a los alumnos – después de todo, ellos sí se acuerdan de nosotros, ¿vio?  ¡Afortunada o infortunadamente!

jueves, 3 de abril de 2014

Diálogo con empleado de estación de servicio.

Mientras el EES conecta la manguera para cargar gas, yo reviso las cubiertas.

EES: “Sra. ¿Vio que tiene una goma baja?” (Bué. No sonaría tan mal si estuviese mirando la cubierta en cuestión y no a mí.)
Yo: “Sí. Por eso estaba mirando. Sentí que me tiraba un poco para la derecha.”
EES: (Se ríe) “¡Una mujer que se da cuenta de eso!”
Yo: (Defendiendo el género) “Mirá, la idiotez al volante no distingue entre mujeres y hombres.” (¡Tomá!)
EES: “Tiene razón. Ayer llegó un tipo que tenía una goma casi en llanta y no se había dado cuenta. ¡Acá se ve cada cosa!”
Yo: “¡Me imagino!” (Digo esto mirando subrepticiamente alrededor para ver si no hay otro auto esperando para cargar gas porque me doy cuenta que el EES tiene ganas de hablar. Nada. Esto va a durar lo que dure la carga)
EES: “Con decirle que la otra noche cayó uno sin luces. Eran como las once.”
Yo: (ya resignada y con la vista fija en el contador del surtidor) “Uhm.”
EES: “Cuatro vagos y dos minas. Todos ‘chupitegui’.” (expresión que deduzco significa en estado de ebriedad – o en pedo, bah – por el gesto que acompaña la misma)
Yo: “Uhm” (viendo como los numeritos del contador cambian más lentamente que de costumbre)
EES: “Tres maniobras tuvo que hacer para acercar el auto al surtidor. Ni una luz. Si no se mataron por ahí le pasó raspando.”
Yo: “Esperemos que no. Pero andar sin luces en la ruta de noche es de locos.” (¿Por qué no sigo con los ‘uhms’?)
EES: “Locos. Tarados. Salames. Todo lo que se le ocurra. Lo peor es que si no se matan ellos, matan a otro que nada que ver.”
Yo: (En esto tiene razón) “Sí. Tenés razón.” (¡¿Por qué va tan lerda la carga?!)
EES: “¿Y ud. no tuvo problemas para sacar el carnet con ese ojo?” (Señala mi ojo derecho y yo pienso: ‘Bueno, para cargar gas no hace falta diplomacia o tacto’)
Yo: “No. Pero no estoy autorizada a manejar de noche.”
EES: “Bueno, tiene suerte. Así se salva de tarados como los de la otra noche.”
Yo: (Alivio patente en mi voz  cuando la lucecita indica el fin de la carga) “Mirá. Ya está.”
EES: (Sacando la manguera) “Listo Sra.” (Me da el vuelto) “Y vaya con cuidado. ¡Hay más sicópatas que cortos de vista manejando por ahí!”


Le agradezco el consejo con una sonrisa y arranco. Pienso que tendría que regalarle un diccionario para que sepa bien qué es un sicópata y a quién se considera ‘corto de vista’. Aunque, pensándolo bien...

sábado, 29 de marzo de 2014

Diálogo con empleado público

Me toca el turno para hacer el trámite para el nuevo DNI y pasaporte y tomo asiento frente a un muchacho de unos veintitantos.

EP: “Buenos días. Digamos ‘buenos’, aunque me imagino lo que fue llegar hasta acá con la lluvia.” (Ya me compró – vio lo mojada que estoy y se compadece de mí. ¡Bien!)
Yo: “Si. Se llovió todo hoy.”
EP: “¿Me permite su documento?”
Se lo entrego. Lo mira. Lo vuelve a mirar.
EP: “Discúlpeme un momentito.” Se levanta y va a consultar algo con otro empleado – un señor de mi edad más o menos. Después de unos segundos, el señor se ríe y el EP vuelve a su silla.
Yo: “¿Algún problema? (¡Ya veo que toda mi vida tuve un documento trucho y no me di cuenta!)
EP: “Eh… No. No. Es que nunca había visto este documento. ¿Nunca lo cambió?” (Se refiere al DNI verde claro – o ya está claro por los años – que tengo desde los 18 años)
Miro hacia el box del empleado más grande y veo que me sonríe y menea la cabeza.
Yo: “Eh… No. Este es mi DNI original – nunca tuve necesidad de cambiarlo porque siempre fue válido, ¿no? Si siempre voté con este y nunca tuve problemas.”
EP: “Sí, sí.” Pero vio que cuando sale un documento nuevo la gente tiende a cambiarlo.”
Yo: “¡Mirá si te llega alguna con libreta cívica, entonces!” (¡¿Por qué no me callo la boca?! Me mira como si estuviese hablando en chino.)
EP: “Eh… ¿Y eso qué es?” 
Yo: “Bueno, mi mamá tenía libreta cívica. Era el documento de las mujeres. Y los hombres_”
EP: “¡Ah, sí! Tenían libreta de enrolamiento! Claro. Eso me lo contó mi abuelo.” (¡Que lo tiró! – para usar una expresión de aquellos tiempos. En cualquier momento me pregunta otra cosa ‘de los tiempos de su abuelo’)
Yo: “Ajá. ¿Entonces no hay problema?”
Sigue mirando el documento.
EP: “No. Claro que no.”  Empieza a hacer las preguntas de rigor: nombre completo, dirección, etc. etc.  “¿Ocupación?”
Yo: “Docente.” E, inmediatamente me corrijo. “Bueno, a partir del 31 de marzo, jubilada docente.”
EP: “Ya le pongo jubilada. Total, para cuando le llegue va a ser cierto. Ja Ja.” (Querido, ¡nov le veo la gracia!)
Me toma las huellas digitales. ¡Qué diferente a cuando te entintaban los dedos!
EP: “Bien. Ahora sáquese los anteojos y mire fijo la cámara.”
Yo: “¿Con qué ojo?” Y me rio. “Además, si es a los efectos de identificación, te aviso que sin anteojos no me conoce nadie.”
EP: (Se rie y me indica el aparatito que yo pensé que era una lamparita de escritorio). “Listo, Sra.”
Yo: (Con mi ahora perimido documento en mano) “¿Y con éste qué hago? Hay que entregarlo, destruirlo, o qué?”
EP: “Lo que quiera. Pero yo que ud. lo guardo de recuerdo.” (¿Acaba de decirme que mi documento y yo estamos para el museo? No. Su expresión no es de tomada de pelo)
Yo: “Bueno. Muchas gracias.”

Me levanto y giro para irme cuando veo que quien va a tomar mi lugar  es un señor de unos 80 años. Estoy por mirar el EP y dedicarle una sonrisa cómplice cuando veo que el señor tiene en su mano el último DNI – el celeste, ¿vio?

Me trago la sonrisa cómplice y salgo lo más rápido que puedo de la oficina.

jueves, 20 de marzo de 2014

Diálogo con adolescente aprendiz de vándalo _ muuuy aprendiz!

Como todos los días, salgo a la puerta de casa en el horario de salida de la escuela de mi cuadra  - siempre hago lo mismo para tratar de evitar los ‘grafitis’ con que decoran mi pared los niñitos. Evidentemente llego tarde porque solo encuentro un adolescente, quien, fribrón en mano, aparentemente se dispone a dar rienda suelta a su creatividad.

Yo. “¿Qué hacés?” (Tono de pregunta, lo juro, no de reto)
El AAV, sorprendido en el acto infame, retira el fibrón de la pared tan violentamente que se hace una hermosa línea negra en la remera del uniforme escolar.
AAV: “Eh… Yo… Naa… Nada, señora.” (Sin saber bien dónde esconder el fibrón)
Yo: “Pero si no te estoy retando. Te estoy preguntando si estabas por escribir o dibujar.”
(Me mira y no parece entender por qué la sonrisa benevolente en mi cara) “En serio te pregunto. Quiero saber.”
AAV: “Eh… y sí. Estaba por hacer un dibujo. Pero le juro que nunca más.” (Hace ademán de retirarse)
Yo: “¡Ah! ¿Y qué ibas a dibujar?”
AAV: (¡Se pone colorado! Y también a la defensiva) “Eh… yo… naa…” (Puede parecer incoherente al lector, pero les aseguro que es como si hubiese dicho la palabra con todas las letras)
Yo: “¡Ah! ¡Eso! ¿Y lo sabés dibujar? Porque el año pasado habían dibujado uno tan mal que tuve que hacer una flecha y ponerle ‘órgano reproductor masculino’ para que la gente supiese lo que era. ¿Podés creer?”
Me mira boquiabierto y como diciendo ‘¿Está de la nuca?’ o expresión contemporánea juvenil equivalente.
Yo: “¿Me das tu dirección? Tu nombre ya lo sé porque está debajo de la raya que te hiciste con el fibrón.” (Señalo su remera)
AAV: “Si le va a decir a mis viejos, no se gaste, no le van a dar bola.” (No sabe cuánto me está diciendo de su vida familiar con esas simples palabras)
Yo. “¡Pero nó! Quiero saber la dirección porque si encuentro algo en mi pared de ahora en más, me voy a tu casa, dibujo lo mismo y firmo con tu nombre.” (Ya a esta altura duda de mi salud mental, seguro, y ensaya una sonrisa nerviosa)
AAV: “Eh… me está jodiendo.”´
Yo: (Borrando la sonrisa de mi cara). “Te hablo en serio. El año pasado lo hice y me dio resultado. Nadie más volvió a ensuciar la pared.”
AAV: (Ya desesperado por huir o pensando en discar 911 y decir que está a la merced de una loca en serio) “Eh… Naa… yo le prometo que no va a pasar de nuevo.” (Ve con alivio que el colectivo está viniendo)
Yo: “Uhmm. Bueno. Por esta vez pasa. Pero te agradecería que le digas a tus compañeros lo que les puede pasar si me ensucian la pared.” (Innecesario, porque seguramente se sube al cole y empieza a ‘wassapear’ a todos los amigos que no se acerquen a la tarada de la esquina)


Giro para entrar y me largo la carcajada después de cerrar la puerta.

viernes, 14 de marzo de 2014

Diálogo con almacenero.

Patino más que entro al almacén (por la lluvia, che). El almacenero está anotándole los montos de la compra a una señora en una libreta. Cuando la clienta (La RAE aún no acepta el género femenino todavía, pero …) se va, me puede la curiosidad.

Yo: “No sabía que todavía existía la libreta, y menos que todavía se vendiera fiado.”
A: “Y, sí. No somos un super, ¿vió?. Y acá la gente está acostumbrada.”
Yo: “Si. ¿Pero cómo hace en época de inflación? Porque a ud. los productos se los aumentan, y para cuando cobra lo del mes_”
A: “Hasta hace dos años atrás no tenía problemas. Pero después tuve que decirles a ‘los con libreta’ que les iba a tener que agregar un porcentaje a fin de mes.”
Yo: “Seguro que la venta al fiado se redujo, ¿no?”
A: “¡Para nada! Acá mucha gente no siempre tiene plata. Y hay que comer, ¿no?”
Yo: “Pero mire ud. Yo hubiese creído que gente no aceptaría que le cobrara un recargo.”
A: “Naaaa. Acá nos conocemos todos.” (¿Qué habrá querido decir?)
Yo: (Después de pedirle lo que necesito) “¿Y tiene muchos así – al fiado, digo?”
A: “Como treinta.”
Yo: (Sorprendida) “¡Son un montón!”
A: “Ajá.” (Mira para ver si viene alguien) “Y no le diga a nadie, pero hay gente a la que no le hago el recargo. Doña Tota, por ejemplo. Cobra la mínima y no tiene quién la ayude. ¿Cómo le voy a cobrar recargo? De qué que lleva lo mínimo para comer.”
Yo: (Ya casi boquiabierta ante la generosidad del almacenero) “Menos mal que alguien le da una mano.”
A: “Si. ¿Y Don Cosme? Pensionado. También la mínima. Lo de él me lo paga el hijo, pero tampoco le sobra.”
Yo: “La verdad, debe hacer equilibrio para poder reponer mercadería así.”
A: “No. Ud. misma me dijo el otro día que tenía re cara la lata de tomate al natural.”
Yo: (Haciendo funcionar mis cansadas neuronas) “O sea que_”
A: “Sí. Tengo que levantar los precios para los otros clientes. Tampoco soy la Madre Teresa.”
Yo: “O sea que en realidad yo, y otros que no necesitan comprar fiado, ¿subvencionamos a gente como Doña Tota o Don Cosme?”
A: “No lo había pensado así.” (¡Claro! ¡Cómo se te iba a ocurrir si estás muy ocupado pensando que eras Robin Hood!) “Y bueno. Tómelo como el impuesto a las ganancias con una gran ventaja.”
Yo: (Algo aturdida) “¿Eh?”
A: “Y, claro. El que más tiene, ayuda a los que tienen menos.”
Yo: (No sé si largar un exabrupto o quedarme en el molde – por lo cual solo utilizo un tono más frío para denotar enojo) “¿Y cuál sería la ventaja?”
A: “Que acá sí sabe dónde va a parar su plata.” (Me dice esto último alcanzándome la bolsita con mis compras)
Yo: (Tono ácido que vuelve a resbalarle como el tono ‘frío’ anterior) “Me parece que me va a convenir sacar fiado.”
A: “No, doña. Como le dije, acá nos conocemos todos. Y el recargo del fiado es de acuerdo a la cara del cliente.” (¡Ahora entiendo el significado de la frase ‘acá nos conocemos todos’!)


Le pago y salgo del almacén. No sé qué me enoja más: que el almacenero se crea Robin Hood  o que tenga razón en cuanto a los impuestos que pago.