Diálogo con Conciudadana Caminante
El día que logro cruzar el puente colgante, empiezo
a estirar un poco antes de pegar la vuelta. De pronto:
CC: “¡Agggggg….yyyyyyy! (Sí así sonó) ¡La
PMQLP!”
Giro y veo a una chica de unos veintitantos,
tirada de espalda en el pasto, tomándose la pierna derecha. Me acerco, le
agarro la pierna y comienzo maniobras anti-calambre.
Yo: “Aguantá un cachito. Ya se va a pasar.”
CC: “¡Aaaaayyyyyy’!” (Seguido de otras varias
expresiones soeces). Viendo que esto no funciona, le saco la zapatilla e implemento
lo poco que se de reflexología.
CC: “Ahhh. Ya … tá. (Así se habla cuando uno
larga aire en medio de una secuencia de sonidos)
Yo: “¿Segura?”
CC: “Si. Gracias.” (Se seca las lágrimas)
Yo: “¡Flor de calambre! Parate y hacé unos
pasos. Sin miedo.” (Le tiendo la mano y la ayudo a incorporarse.)
CC: (Mientras pone a prueba la pierna) “Ese
masaje me sacó el calambre de una. ¿Qué es? Reiki?” (¿Eh?)
Yo: “No, no. Reflexología.”
CC: “¿Dónde aprendió?”
Yo: “Un libro.” (Omito decir que es una novela
de suspenso donde un personaje hace lo
que yo le hice a ella – hasta ahí mi conocimiento. ¡Qué bueno que Joe de Mers sea
confiable en la descripción de los movimientos a realizar!) “¿Cómo la sentís?”
CC: “La verdad que bien. Me acalambré por
boluda. (bué – yo nunca desmiento nada sin pruebas) Es que estoy hecha una
cerda.”
Lo que yo veo es una joven de buenas formas y
para nada obesa – para nada. Empezamos a caminar despacio.
Yo: (Riéndome) “Peso no te sobra. Me parece
que te faltaba ejercicio.” (Pienso en ‘Narciso’ – ver diálogo 28/08/2014 – y me
callo)
CC: “¿En serio no me ve gorda? Yo me miro al
espejo y me odio. Las chicas de la facu son unos palos en comparación.” (Allá ellas,
pedazo de salame)
Yo: “¿Qué estudiás?” (Me cuenta que está en
primer año de una ingeniería) “¡Ah! Todo ciencias duras.”
CC: “Sí. Me gustan porque al contrario de las
sociales, todo se puede medir y comprobar.” (No coincido totalmente, pero me
guardo el comentario)
Yo: “Bueno, entonces me sorprende que digas
que sos gorda.”
CC: “¿Eh? ¿Qué tiene que ver?”
Yo: “Bueno, las ciencias duras son empíricas,
¿no? ¿Cómo comprobaste que sos gorda?”
CC: (Me mira como si fuese lela) “Tengo espejo
en casa. Le dije_”
Yo: “Ummm. Eso no es muy empírico, ¿no?
Después de todo, lo que uno ve es lo que nuestro cerebro dice que estamos
viendo.”
CC: (Se sonríe) “Los famosos misterios de la
percepción. Lo vimos en biología.”
Yo: “Eso. Así que tenemos que admitir que tu
percepción de tu ‘gordura’ puede estar equivocada.”
CC: (Se ríe) “¿Es psicóloga?”
Yo: (También riéndome) “No. Fui docente mucho
tiempo.”
CC: “¡Ah! ¿Y lo empírico qué sería?”
Yo: “Ir a una nutricionista que te haga ese
estudio – no sé el nombre – que te da cuál es tu peso ideal de acuerdo a distintas
variables: edad, altura, y otras cosas.”
CC: (Se le ilumina la cara) “Tiene razón. ¿Cómo
no se me ocurrió? Pero y si_”
Yo: (Anticipando lo que viene) “Si te dice que
estás excedida de peso, primero, por lo menos se comprobaría la hipótesis que
tenés. (Nos reímos) Y segundo, te daría una dieta para ajustar eso. Bueno, acá
cruzo.”
Nos despedimos y mientras cruzo la avenida pienso
en la autoimagen – esa fotografía interna que muchas veces nada tiene que ver
con cualquier imagen de nosotros que se capte con una cámara.
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