Este diálogo corresponde al 26/06 ... ¡me olvidé de subirlo ese día!
Diálogo con empleada
de correo en cuyas manos puede estar el final – o no – de mi angustiosa
búsqueda de la tarjeta de débito.
La sala de la empresa
de correos está atiborrada de gente. Saco número y me dispongo a esperar. Con
cada diálogo entre cliente y empleada siento que los planetas han cambiado de
posición violentamente mientras yo venía para acá y ahora están alineados para
joderme la vida – ocho de trece con mi mismo problema, ocho personas que van a
tener que reclamar a Rosario o pedir reimpresión de tarjeta. Finalmente…
EC: “Buen día, Sra.
¿En qué la puedo ayudar?”
Yo: (Tratando de
ponerle humor – tanto por mí como por la pobre chica con la que varios
descargaron su bronca por no encontrar sus respectivas tarjetas) “Soy la
novena.”
EC: “De la última
hora. Del día es la vigesimosegunda.” (Y me mira como diciendo ‘ya se te va a
ir el humor en un ratito’, y yo no sé si felicitarla por saber los números
ordinales – cosa rara hoy en día hasta en los medios de comunicación – o
empezar a lagrimear)
Yo: “La esperanza es
lo último que se pierde, ¿no?” (Y con mano temblorosa le alcanzo el papelito
donde está el número de envío)
EC: “¿Esto es un
siete o un uno?” (Y me extiende el papelito para que yo le saque la duda –
podría haber probado con los dos números, ¿no?)
Yo: (Viendo que es un
1 clarito como el agua) “No tiene palito cruzando la línea vertical, así que
debe ser un 1.”
EC: “Mmmm. Ud. no lo
va a creer, pero hay gente que no le pone el palito al siete.”
Yo: “Mirá vos.”
(Pienso: ‘Pero el 1 es un flaco con nariz recta hacia abajo y el 7 es otro
flaco pero tiene la nariz parada, querida’, como éste – pero no digo nada)
EC: (Mientras tipea
los números sin mirar el teclado) “Fíjese si el último número es un ocho.”
(¡Pero y la PM! ¡Es un 8 grande como una
casa!)
Yo: “Es un ocho.
Seguro.”
EC: “Mmmm. Debería
haber imprimido la página, así no había confusiones.” (Querida, ¡la única
confundida o con mala onda sos vos!) “¿Qué le dije? El número no salta acá.”
(¡Yo te salto la soga todo lo que quieras con tal de encontrar mi tarjeta!)
Yo: “Te lo dicto,
¿querés?” (Y sin darle tiempo a replicar, empiezo a ‘cantar’ dígitos lento y clarito)
EC: “¡Ah! Acá está.
Me voy a fijar porque según esto (vaya a saber qué es ‘esto’) ya deben haberla
embolsado.” (¡Ay! ¡Mi pobre tarjeta
sofocándose en la oscuridad más absoluta!)
Desaparece por una
puerta y tarda un rato. Escucho cosas como ‘Seguro se fue a tomar un café’, ‘Se
toma un recreíto y nosotros acá’, etc. etc. Empiezo a temer por la seguridad de
la EC cuando vuelva. Pero cuando reaparece, tiene un sobre en la mano, y yo
inspiro hondo.
Yo: “¿La
encontraste?”
EC: “Por supuesto.
Con el número nada se pierde. Ya la tenían para embolsar. Firme acá y acá y
aclare acá.” (¡Te firmo la camisa también si querés!)
Yo: “Muchas gracias.”
Giro para irme y me
encuentro con las miradas adustas de los otros clientes. Me tengo que tragar la
sonrisa de felicidad hasta llegar a la vereda. Ahí abro el sobre
y…SIIIIIII!!!!! Ahí está mi tarjeta – sana y salva. Y después de cortar el
cordón umbilical (la cinta adhesiva con la que está pegada a la carta del
banco) casi que me estira los bracitos!!!
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