lunes, 8 de septiembre de 2014

Diálogo con Conciudadana Caminante

El día que logro cruzar el puente colgante, empiezo a estirar un poco antes de pegar la vuelta. De pronto:

CC: “¡Agggggg….yyyyyyy! (Sí así sonó) ¡La PMQLP!”
Giro y veo a una chica de unos veintitantos, tirada de espalda en el pasto, tomándose la pierna derecha. Me acerco, le agarro la pierna y comienzo maniobras anti-calambre.
Yo: “Aguantá un cachito. Ya se va a pasar.”
CC: “¡Aaaaayyyyyy’!” (Seguido de otras varias expresiones soeces). Viendo que esto no funciona, le saco la zapatilla e implemento lo poco que se de reflexología.
CC: “Ahhh. Ya … tá. (Así se habla cuando uno larga aire en medio de una secuencia de sonidos)
Yo: “¿Segura?”
CC: “Si. Gracias.” (Se seca las lágrimas)
Yo: “¡Flor de calambre! Parate y hacé unos pasos. Sin miedo.” (Le tiendo la mano y la ayudo a incorporarse.)
CC: (Mientras pone a prueba la pierna) “Ese masaje me sacó el calambre de una. ¿Qué es? Reiki?” (¿Eh?)
Yo: “No, no. Reflexología.”
CC: “¿Dónde aprendió?”
Yo: “Un libro.” (Omito decir que es una novela de suspenso  donde un personaje hace lo que yo le hice a ella – hasta ahí mi conocimiento. ¡Qué bueno que Joe de Mers sea confiable en la descripción de los movimientos a realizar!) “¿Cómo la sentís?”
CC: “La verdad que bien. Me acalambré por boluda. (bué – yo nunca desmiento nada sin pruebas) Es que estoy hecha una cerda.”
Lo que yo veo es una joven de buenas formas y para nada obesa – para nada. Empezamos a caminar despacio.
Yo: (Riéndome) “Peso no te sobra. Me parece que te faltaba ejercicio.” (Pienso en ‘Narciso’ – ver diálogo 28/08/2014 – y me callo)
CC: “¿En serio no me ve gorda? Yo me miro al espejo y me odio. Las chicas de la facu son unos palos en comparación.” (Allá ellas, pedazo de salame)
Yo: “¿Qué estudiás?” (Me cuenta que está en primer año de una ingeniería) “¡Ah! Todo ciencias duras.”
CC: “Sí. Me gustan porque al contrario de las sociales, todo se puede medir y comprobar.” (No coincido totalmente, pero me guardo el comentario)
Yo: “Bueno, entonces me sorprende que digas que sos gorda.”
CC: “¿Eh? ¿Qué tiene que ver?”
Yo: “Bueno, las ciencias duras son empíricas, ¿no? ¿Cómo comprobaste que sos gorda?”
CC: (Me mira como si fuese lela) “Tengo espejo en casa. Le dije_”
Yo: “Ummm. Eso no es muy empírico, ¿no? Después de todo, lo que uno ve es lo que nuestro cerebro dice que estamos viendo.”
CC: (Se sonríe) “Los famosos misterios de la percepción. Lo vimos en biología.”
Yo: “Eso. Así que tenemos que admitir que tu percepción de tu ‘gordura’ puede estar equivocada.”
CC: (Se ríe) “¿Es psicóloga?”
Yo: (También riéndome) “No. Fui docente mucho tiempo.”
CC: “¡Ah! ¿Y lo empírico qué sería?”
Yo: “Ir a una nutricionista que te haga ese estudio – no sé el nombre – que te da cuál es tu peso ideal de acuerdo a distintas variables: edad, altura, y otras cosas.”
CC: (Se le ilumina la cara) “Tiene razón. ¿Cómo no se me ocurrió? Pero y si_”
Yo: (Anticipando lo que viene) “Si te dice que estás excedida de peso, primero, por lo menos se comprobaría la hipótesis que tenés. (Nos reímos) Y segundo, te daría una dieta para ajustar eso. Bueno, acá cruzo.”


Nos despedimos y mientras cruzo la avenida pienso en la autoimagen – esa fotografía interna que muchas veces nada tiene que ver con cualquier imagen de nosotros que se capte con una cámara.

jueves, 28 de agosto de 2014

Diálogo con Conciudadano Caminante.

Salgo a caminar un poco y descubro que estoy en un estado lamentable – de hacer la mitad de la costanera, cruzar el puente colgante y volver a casa como si nada, he pasado a no poder llegar a más de dos cuadras después del faro. Paro y empiezo a estirar nada más que para poder descansar cuando…

CC: “El precio de la vida sedentaria, ¿eh?” (Esto viene de un señor de más o menos mi edad que está estirando como si fuera de goma)
Yo: “Y de ser fumadora.” (Me mira horrorizado – ¡ni que le hubiese dicho que soy asesina serial!)
CC: “¡Con razón ya casi venía arrastrando los pies!” (¡Pero y la PMQTP! Que eso sea cierto no te habilita para decírmelo en la cara) “Debería nadar también, además de caminar todos los días por lo menos una hora.”
Yo: “Umm” (No es que no quiera contestar – solo estoy tratando de respirar)
CC: “Yo hice deportes toda mi vida y cuando me casé me negué a dejarme estar. Le enseñé a mi mujer a cocinar sano. ‘Mi cuerpo es mi templo’ - buena frase, esa.”
Yo: “Aja.” (El mío debe ser uno de esos templos medio en ruinas en la selva)
CC: “Uno tiene que mantenerse joven. Mirarse al espejo y verse avejentado es terrible ¿Cuánto me da?” (Empiezo a pensar en Narciso – no la flor sino el de la mitología griega)
Yo: (Nunca es bueno contestar una pregunta como esa directamente) “Mas o menos mi edad.” (Tomá. El chasis puede estar ‘tuneado’  pero la edad se nota igual)
CC: “¿En los 50?” (No sé si está preguntado por mí, por él, o si está afirmando que ambos estamos en los 50)
Yo: “Ajá.” (Mientras inhalo y exhalo lentamente pienso que, después de todo, sí estoy en los 50 – en qué parte de los 50 es otra cosa) “Lo que pasa es que  hace rato que no caminaba. Ya me voy a acostumbrar de nuevo.”
CC: “Dejar es lo peor. El cuerpo pide ejercicio. Yo ya caminé 2 horas y después me voy a jugar al tenis un rato.” (Al dope está el hombre)
Yo: “Yo ya voy a pegar la vuelta. Como me pesan las piernas me va a llevar un rato.”
CC: “Pero no camine despacio. Póngale energía. Tiene que sentir que su mente domina sus músculos.” (¿Qué músculos? ¿Los que tengo agarrotados?)
Yo: (Le sonrío y giro para irme) “Bueno, que tenga buen día.”
CC: (Sin registrar que eso es una despedida) “Y cuando llegue a su casa hágase un buen jugo de zanahorias – nada mejor que eso después de hacer ejercicio.”


Le sonrío y asiento. Empiezo la vuelta que se siente más como una retirada. Pero me las arreglo para caminar como si nada me doliese hasta estar fuera de su vista. Y juro que la próxima vez que salga a caminar voy a tratar de evitar a Narciso.

martes, 12 de agosto de 2014

Diálogo con verdulero – en la quinta

Estoy pintando cuando escucho a alguien golpear las manos. Cuando veo que no es la vecina, bajo la escalera y voy hasta el frente sacándome los guantes. Allí está el verdulero, con carro y todo.

V: “¿Le doy algo, doña?”
Yo: “¿Qué tal una mano con la pintura?” (Digo esto tirando los guantes tan torpemente que termino con la nariz blanca)
V: “Ja. Ja. No. Por algo soy verdulero y no pintor. Y ud. debería dedicarse a enseñar no más” (Señala mi nariz y me limpio como puedo. Y por supuesto no actualizo mi información a ‘estado: jubilada’)
Yo: “Bueno. A ver. ¿Qué lleva hoy?”
V: “Mire esta frutilla. Es espectacular.”
Yo: “La verdad que se ve muy buena. ¿Cuánto?”
V: “ Treinta el kilo.”
Yo: “¡Epa! ¡Se le fue la mano! Si en la ruta está entre 20 y 25.”
V: “Ah, claro. Pero yo se la traigo a la puerta. Los de la ruta hacen competencia desleal.” (¡Ah, bué!) “Yo tengo gastos. El caballo, (en ese momento el equino me mira como diciendo ‘¡Pero qué HDP!’) mantener el carro en condiciones… Y todo eso es gasto.” (Tendría que terminar acá la conversación, pero me viene bien un recreíto de la pintura)
Yo: “¡Me imagino lo que le cobra el veterinario por controlarle el caballo!” (¿Te tomé por sorpresa, ¿eh?)
V: “Eh… No. Este, ‘Lucho’ nunca se enferma – tocando madera.” (El equino vuelve a mirarme y me muestra los dientes. Para mí se está riendo)
Yo: “¿Entonces qué gasto tiene con Lucho? ¿Le compra comida especial?” (Lucho vuelve a mostrar los dientes y después, como para evitar una mentira del dueño, se pone a comer yuyitos)
V: “No. No. El pasta acá y allá. Hay tanto terreno baldío por acá…”
Yo: “Entonces no entiendo_”
V: “Yo ando todo el día, doña. Y últimamente nadie me compra nada, ¿vió?” (Cara de lástima falsa como el argumento de los ‘gastos’)
Yo: “Y, está dura la cosa. Además por acá la mayoría de la gente siembra verdura o tienen árboles frutales…” (O sea: ‘¿Cómo se te ocurre ser verdulero en esta zona?’)
V: “¿Entonces no quiere la frutilla?”
Yo: “No. Esta vez paso.”
V: “Y bueno. Sigo entonces. Ya vendrá el verano.” (Claro, cuando las quintas están ocupadas y vende bien – y bien caro también)
Yo: (Siendo maldita a sabiendas) “Y sí. Con todas las quintas y cabañas de por acá, ya va a tener oportunidad de vender mucho y va a poder bajar los precios.”
V: (Desde el asiento del carro me mira como si lo blanco en mi nariz fuese otra substancia y  me hubiera afectado el cerebro) “No. No. Yo soy como la hormiga. Junto y junto en el verano para después pasar el invierno. Que le quede linda la pintada.”


No necesita ni decir ‘¡arre!’ porque Lucho ya se puso en camino – más a paso de tortuga que de equino. Mientras vuelvo adentro pienso que en algo tiene razón y por lo menos se identifica con la hormiga y no con la cigarra.

miércoles, 30 de julio de 2014

Diálogo con Inspector de Tránsito

Estaciono en calle céntrica y voy en busca del parquímetro – nada. Vuelvo sobre mis pasos y me dirijo a la esquina opuesta – nada. Además no veo cartel alguno que indique si se puede estacionar o no. Lo que sí veo es un inspector de tránsito que se me acerca.

Yo: “Buen día. Disculpe, ¿se puede estacionar acá? (Pregunto esto mientras miro para todos lados indicando que no hay señalización en contrario)
IT: “Muy buen día para Ud. también, Sra.” (Lo dice como si estuviese deseándome suerte en la lotería) “Y, como poder, se puede.”
Yo: (Reconociendo en su entonación la mía propia cuando decía cosas similares para que un alumno fuera más preciso en una pregunta) “Este… está permitido estacionar acá?”
IT: “¡Pero qué alegría me da ver que hay gente que usa el idioma con propiedad!” (¡Nooooo! ¡Me tocó un IT lingüista!!!!!) “¡Hay que ver las cosas que dice la gente! A veces hay que hacer un curso para entenderles. Y ni le cuento cuando insultan.”
Yo: “Y eso le debe pasar seguido, ¿no?” (¡Ay! ¿Por qué le sigo la corriente???)
IT: “Con mucha frecuencia. Pero después de la primera semana uno se acostumbra. Pero ni en los insultos hay creatividad, mire. Siempre lo mismo.”
Yo: (A esta altura ya sin saber qué decir) “Eh… estresante lo suyo, ¿no?”
IT: (Sonriendo de oreja a oreja) “¡Pero no! La gente está estresada. No tienen equilibrio emocional (¡Ah bué!). Hay que relajarse un poco, saber respirar. Si la gente se tomara unos minutos al día para meditar, todo andaría mejor.” (¡Ah, ya está! ¡Este hace yoga!)
Yo: “¿Hace yoga?” (¿Para qué pregunto?)
IT: “No. No. Lo mío es el Zen.” (Nooooo. ¡Esto NO puede estar pasando!) “¿Sabe qué es?”
Yo: (Pensando cómo cortar ‘cordialmente’ esta charla) “La verdad que no. Pero_”
IT: “Debería probar. Es genial.” (Y me da una tarjetita con los datos de un lugar donde se practica)
Yo: “Gracias. Y volviendo a lo del estacionamiento…”
IT: (Sonriendo) “Vivir apurado también hace mal.” (Sí, querido, pero no me queda otra – como a muchos) “¿Cuánto tardará?”
Yo: “Y… unos 10 minutos no más.”
IT: “Bueno. Vaya tranquila.”
Yo: “¿Pero se pue– está permitido estacionar acá? No veo carteles.”
IT: “Lo sacaron ayer para poner uno nuevo, pero todavía no lo trajeron. Por eso estoy acá. Para explicarle a la gente que no debe estacionar. Es difícil, porque al no haber cartel, te discuten y discuten… en fin.” (Parece que el sosiego de la meditación va desapareciendo) “Pero quédese tranquila, vaya no más.”
Yo: “Mil gracias. En un ratito estoy de vuelta.”


Y me alejo rápidamente preguntándome si estuve charlando con un purista de la lengua o con Lao Tse – o una mezcla de los dos.

viernes, 18 de julio de 2014

Este diálogo corresponde al 26/06 ... ¡me olvidé de subirlo ese día!

Diálogo con empleada de correo en cuyas manos puede estar el final – o no – de mi angustiosa búsqueda de la tarjeta de débito.

La sala de la empresa de correos está atiborrada de gente. Saco número y me dispongo a esperar. Con cada diálogo entre cliente y empleada siento que los planetas han cambiado de posición violentamente mientras yo venía para acá y ahora están alineados para joderme la vida – ocho de trece con mi mismo problema, ocho personas que van a tener que reclamar a Rosario o pedir reimpresión de tarjeta. Finalmente…

EC: “Buen día, Sra. ¿En qué la puedo ayudar?”
Yo: (Tratando de ponerle humor – tanto por mí como por la pobre chica con la que varios descargaron su bronca por no encontrar sus respectivas tarjetas) “Soy la novena.”
EC: “De la última hora. Del día es la vigesimosegunda.” (Y me mira como diciendo ‘ya se te va a ir el humor en un ratito’, y yo no sé si felicitarla por saber los números ordinales – cosa rara hoy en día hasta en los medios de comunicación – o empezar a lagrimear)
Yo: “La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?” (Y con mano temblorosa le alcanzo el papelito donde está el número de envío)
EC: “¿Esto es un siete o un uno?” (Y me extiende el papelito para que yo le saque la duda – podría haber probado con los dos números, ¿no?)
Yo: (Viendo que es un 1 clarito como el agua) “No tiene palito cruzando la línea vertical, así que debe ser un 1.”
EC: “Mmmm. Ud. no lo va a creer, pero hay gente que no le pone el palito al siete.”
Yo: “Mirá vos.” (Pienso: ‘Pero el 1 es un flaco con nariz recta hacia abajo y el 7 es otro flaco pero tiene la nariz parada, querida’, como éste – pero no digo nada)
EC: (Mientras tipea los números sin mirar el teclado) “Fíjese si el último número es un ocho.” (¡Pero y la PM!  ¡Es un 8 grande como una casa!)
Yo: “Es un ocho. Seguro.”
EC: “Mmmm. Debería haber imprimido la página, así no había confusiones.” (Querida, ¡la única confundida o con mala onda sos vos!) “¿Qué le dije? El número no salta acá.” (¡Yo te salto la soga todo lo que quieras con tal de encontrar mi tarjeta!)
Yo: “Te lo dicto, ¿querés?” (Y sin darle tiempo a replicar, empiezo a ‘cantar’ dígitos lento y clarito)
EC: “¡Ah! Acá está. Me voy a fijar porque según esto (vaya a saber qué es ‘esto’) ya deben haberla embolsado.”  (¡Ay! ¡Mi pobre tarjeta sofocándose en la oscuridad más absoluta!)
Desaparece por una puerta y tarda un rato. Escucho cosas como ‘Seguro se fue a tomar un café’, ‘Se toma un recreíto y nosotros acá’, etc. etc. Empiezo a temer por la seguridad de la EC cuando vuelva. Pero cuando reaparece, tiene un sobre en la mano, y yo inspiro hondo.
Yo: “¿La encontraste?”
EC: “Por supuesto. Con el número nada se pierde. Ya la tenían para embolsar. Firme acá y acá y aclare acá.” (¡Te firmo la camisa también si querés!)
Yo: “Muchas gracias.”
Giro para irme y me encuentro con las miradas adustas de los otros clientes. Me tengo que tragar la sonrisa de felicidad hasta llegar a la vereda. Ahí abro el sobre y…SIIIIIII!!!!! Ahí está mi tarjeta – sana y salva. Y después de cortar el cordón umbilical (la cinta adhesiva con la que está pegada a la carta del banco) casi que me estira los bracitos!!!



lunes, 7 de julio de 2014

Recorro la ruta 1 en busca del lugar donde vi muebles de algarrobo y después de esquivar tachos color naranja (están trabajando en la ruta) logro bajar sin que ningún pozo me trague.

Yo: “Buen día.”
C: “La verdad que sí. Para que alguien pueda llegar hasta acá…”
Yo: “Ja. Ja. Sí. No es fácil. Pero ando atrás de una mesa para televisor y me parece que la última vez que pasé por acá vi uno.” (Me mira y sé que duda que yo pueda ver algo desde la ruta – en fin)
C: “Debe haber ido muuuuy despacio.”
Yo: (¡Qué te voy a explicar que a pesar del ojo derecho veo muy bien si tengo los anteojos puestos!) “Sí. Había cola. Íbamos a paso de tortuga.” (¿Contento?)
C: “¡Ah! Ya me parecía. (¡Pero qué HDP!) Acá tengo una en crudo.” (Me la muestra, y yo, rodeando la mesita, noto que la parte de atrás está hecha de cualquier cosa menos de algarrobo)
Yo: “Umm. Éstas no son tablas de algarrobo, ¿no?”
C: “¿Ud. dice porque no están coloradas? Es que el color se le da después.” (O sea, tiñéndolas van a parecer algarrobo)
Yo: “No. Si toda la mesita está sin teñir. A lo que voy es que esto no es algarrobo.” (Y señalo las tablillas que pueden ser un poquito mejor que las de un cajón de manzanas no más.)
C: “¿Conoce de maderas?” (¿Y cómo te creés que sé que esas tablillas NO son de algarrobo?)
Yo: (Me río para no acogotarlo) “¿Tan raro es que una mujer sepa de maderas?”
C: “Es que antes las mujeres no sabían nada y los hombres sí. Ahora ninguno de los dos sabe. Ja, ja.” (Bueno, tal vez en eso tiene razón)
Yo: “¿Cuánto me saldría una como ésta pero con algarrobo atrás?” (Para que le quede claro, ¿vio?)
C: ¿Para qué quiere algarrobo ahí? Si total no se ve.” (Porque si quiero un mueble de esa madera, ¡TODO el mueble tiene que tener esa madera! Pero si no ve eso…)
Yo: “Porque lo quiero crudo para encerarlo – no teñido. Medio difícil encerar esas tablas que ni siquiera se pueden lijar mejor.” (¡Tomá! Ya me hartaste)
C: “Como los viejos.” (¿Este quiere morir con un tarro de barniz en la cabeza?) “Digo, ¿vio que antes los muebles casi no se teñían, se enceraban.” (Rápido para zafar el hombre)
Yo: “Si. Y antes de eso usaban cebo, o sea que en realidad los engrasaban – pero si la madera era buena. O sea, con éstas (y vuelvo a señalar las pobres tablitas) ni eso se podría hacer.”
C: “¿En serio hacían eso?” (¡Pero hay que ser idiota!)
Yo: (Volviendo al tema) “Entonces, ¿cuánto?”
C: “Y, yo la tengo barata – pero si la quiere con fondo de algarrobo le va a salir más cara.” (Y me tira un precio que no está nada mal.)
Yo: “Pero acuérdese que no lo quiero teñido, ¿eh?”
C: “Claro. Pero mire que no hay rebaja por dárselo así, crudo.”
Yo: “Debería, pero bueno. No importa. ¿Para cuándo estaría?”


Me dice cuándo lo va a tener listo y cerramos el negocio. Subo al auto y no puedo evitar recordar algo que decía mi abuelo: “Palo de madera dura aguanta la rajadura.” Espero que el carpintero haga bien las cosas porque si no voy a probar cuán duro es el algarrobo….

viernes, 4 de julio de 2014

Diálogo con Mi Otro Yo sobre el mundial y….

Estoy leyendo plácidamente cuando sin anuncio previo ….

MOY: “¡Hola, hola! ¿Perdiendo el tiempo?”
Yo: “PASANDO el tiempo que es distinto. ¿No ves que estoy leyendo?”
MOY: “Bueno. Pará porque tengo algo importante – es más, puede ser una contribución a eso del ‘pensamiento nacional’.” (¡Ay! ¡No!)
Yo: “¿Todavía enganchada con eso? ¡Dejate de hinchar! Estoy en la parte más interesante del tercer libro de Los Juegos del Hambre.”
MOY: (Cual topadora destruyendo una casilla de madera balsa) “Nada puede ser más importante que desentrañar el ser nacional – y aprovechando el mundial _”
Yo: “Pará. ¿Qué cuernos tiene que ver_”
MOY: “Estoy desarrollando un ensayo sobre cómo se expresa el ser nacional en el fútbol.”
Yo: (Me pica la curiosidad aunque sé que lo que viene seguramente es un delirio) “OK. Dale rápido que quiero seguir con el libro.”
MOY: “Siempre tan incentivadora vos. Bueno, mirá, haciendo un paralelo entre la selección de fútbol y el país_”
Yo: “¿Eh? Lo tuyo va de mal en peor. ¿Cómo vas a comparar_” (Por supuesto interrumpe)
MOY: “Por ejemplo, me tienen podrida con lo de ‘las grandes individualidades’ que tenemos en el equipo. Y es cierto. Por separado son genios. Pero como equipo no funcionan.”
Yo: (Creo que entiendo hacia dónde va). “¿Y vos pensás que en el país es lo mismo?
MOY: “¿Te cayó la ficha? Es IGUAL. Siempre oís que tenemos los mejores científicos, docentes, médicos, etc. etc. Entonces, ¿cómo es que no desarrollamos un carajo, los chicos no interpretan lo que leen y los hospitales se caen de a pedazos?”
Yo: “Estás mezclando todo. No_” (Y ooootra vez me interrumpe)
MOY: “O fíjate cómo nos quejamos de la Justicia. Si fallan a favor son unos genios o unos idiotas a los que logramos engañar, si fallan en contra son unos corruptos. Y mirá la propaganda oficial donde dice ‘hasta Él necesitó una mano’ para ganar – o algo así.”
Yo: “¿Qué tiene que ver_” (¿Me dejará terminar una frase hoy?)
MOY: “¿Pero sos ciega? Ah, sí. Me olvidada. SOS ciega. Bueno, no importa. La cosa es que esa propaganda está validando la trasgresión a una regla cuando eso debería ser penado, ¿no? Pero no, para nosotros eso es una ‘picardía’. Ahora, si los ingleses nos hubiesen hecho un gol así todavía estaríamos peleando el resultado en las Naciones Unidas.
Yo: “Bueno, en eso tal vez tengas razón. Pero tampoco podés reducir la nación a_”
MOY: “Yo no reduzco nada. La ‘nación’ como vos decís, se reduce sola. ¿Y viste? Antes de jugar con Suiza se pidió que cambiaran al juez - ¿te suena eso en otro contexto más … cotidiano, digamos?”
Yo: (Viendo que puede seguir en esta vena por un rato largo, trato de cortar tanta fluidez filosófica) “Lo tuyo es muy… reduccionista. Simplificás algo que es muy complicado. Y_”
MOY: ¿Y esa boludez de dónde la sacaste?” (¡Ah, bué!)
Yo: “Tardaste en usar tu palabrita preferida, ¿eh? El reduccionismo no es eso que vos decís, es_” (Y arrasa nuevamente con mi intento de poner un bocadillo)
MOY: “Yo no ‘reduzco’ nada. Es más, tengo muchos ejemplos. Fijate la hinchada argentina. En vez de alentar a nuestra selección, le cantan boludeces a los ‘torcedores’ brasileros. ¿Tan inseguros somos? Y dicho sea de paso, en cualquier momento los ‘torcedores’ les tuercen el pescuezo.”
Yo: (La verdad, ya cansada de bancarme el monólogo) “Bueno, ya está. ¿Y llegaste a alguna conclusión?”
MOY: “Hasta para vos debería ser claro: si seguimos esperando un Messi o un ‘ángel’ Di María que nos salve…”


Y se va. Suspiro y retomo mi lectura. Y por su culpa, no puedo evitar hacer un paralelo entre ‘el sinsajo’, la selección y mi país. Ya me arruinó el día la muy HDP.