martes, 12 de agosto de 2014

Diálogo con verdulero – en la quinta

Estoy pintando cuando escucho a alguien golpear las manos. Cuando veo que no es la vecina, bajo la escalera y voy hasta el frente sacándome los guantes. Allí está el verdulero, con carro y todo.

V: “¿Le doy algo, doña?”
Yo: “¿Qué tal una mano con la pintura?” (Digo esto tirando los guantes tan torpemente que termino con la nariz blanca)
V: “Ja. Ja. No. Por algo soy verdulero y no pintor. Y ud. debería dedicarse a enseñar no más” (Señala mi nariz y me limpio como puedo. Y por supuesto no actualizo mi información a ‘estado: jubilada’)
Yo: “Bueno. A ver. ¿Qué lleva hoy?”
V: “Mire esta frutilla. Es espectacular.”
Yo: “La verdad que se ve muy buena. ¿Cuánto?”
V: “ Treinta el kilo.”
Yo: “¡Epa! ¡Se le fue la mano! Si en la ruta está entre 20 y 25.”
V: “Ah, claro. Pero yo se la traigo a la puerta. Los de la ruta hacen competencia desleal.” (¡Ah, bué!) “Yo tengo gastos. El caballo, (en ese momento el equino me mira como diciendo ‘¡Pero qué HDP!’) mantener el carro en condiciones… Y todo eso es gasto.” (Tendría que terminar acá la conversación, pero me viene bien un recreíto de la pintura)
Yo: “¡Me imagino lo que le cobra el veterinario por controlarle el caballo!” (¿Te tomé por sorpresa, ¿eh?)
V: “Eh… No. Este, ‘Lucho’ nunca se enferma – tocando madera.” (El equino vuelve a mirarme y me muestra los dientes. Para mí se está riendo)
Yo: “¿Entonces qué gasto tiene con Lucho? ¿Le compra comida especial?” (Lucho vuelve a mostrar los dientes y después, como para evitar una mentira del dueño, se pone a comer yuyitos)
V: “No. No. El pasta acá y allá. Hay tanto terreno baldío por acá…”
Yo: “Entonces no entiendo_”
V: “Yo ando todo el día, doña. Y últimamente nadie me compra nada, ¿vió?” (Cara de lástima falsa como el argumento de los ‘gastos’)
Yo: “Y, está dura la cosa. Además por acá la mayoría de la gente siembra verdura o tienen árboles frutales…” (O sea: ‘¿Cómo se te ocurre ser verdulero en esta zona?’)
V: “¿Entonces no quiere la frutilla?”
Yo: “No. Esta vez paso.”
V: “Y bueno. Sigo entonces. Ya vendrá el verano.” (Claro, cuando las quintas están ocupadas y vende bien – y bien caro también)
Yo: (Siendo maldita a sabiendas) “Y sí. Con todas las quintas y cabañas de por acá, ya va a tener oportunidad de vender mucho y va a poder bajar los precios.”
V: (Desde el asiento del carro me mira como si lo blanco en mi nariz fuese otra substancia y  me hubiera afectado el cerebro) “No. No. Yo soy como la hormiga. Junto y junto en el verano para después pasar el invierno. Que le quede linda la pintada.”


No necesita ni decir ‘¡arre!’ porque Lucho ya se puso en camino – más a paso de tortuga que de equino. Mientras vuelvo adentro pienso que en algo tiene razón y por lo menos se identifica con la hormiga y no con la cigarra.

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