Diálogo con turista porteño
Aprovecho que paró la lluvia y
tengo el auto para ir a hacer unas compras al mini-mercado (ver diálogos de
vacaciones 2013)
Entro y el armenio, una vez
almacenero y ahora dueño del local, se deshace en sonrisas. Lo saludo y paso
raudamente a buscar lo que necesito. Estoy por tomar una lata cuando un brazo
me pasa por delante de la cara y manotea lo susodicha latita. Giro y me
encuentro con un sr. con bermudas floreadas (se habrá equivocado y piensa que
está en Floreanópolis?) y torso desnudo – y por cierto peludo – Puaj!
TP: “Ud. quería ésta?” ( Mi oído
‘pesca’ un sonido raro es la ‘s’ de ‘ésta’)
Yo: “No importa. Hay muchas más.”
TP: “¿Le parece? Esto es más un
almacén de barrio que un minimercado. No tienen variedad de marcas ni nada
acá.” (Con tantas eses que usó ya me di cuenta que es porteño. También – veo de
reojo – bueno, con el ojo que se me pianta un poco – que el armenio lo mira con cara de pocos
amigos.)
Yo: “Bueno, no habrá la variedad
de marcas que puede haber en Bs. As., pero hay lo que busque.”
TP: “¿Se dio cuenta que soy
porteño?” (Sí, querido, por el acento y los malos modales.) “No sé cómo a la
gente le gusta venir acá. No hay nada de nada. Si no fuera por la pesca… lo
único bueno es el aire acondicionado de la cabaña que alquilé.”
Yo: (Ahora ya me reventó. Nadie
insulta mi lugar de vacaciones así y sale impune) “Bueno, menos mal que la
cabaña no está en Bs. As, ¿eh? Digo, por los cortes de luz que tuvieron.”
TP: “ ¡Ni lo diga! No sabe lo que
fue.”
Yo: “Me imagino. No servía de
mucho que hubiese variedad de marcas, ¿no? Si no tenían ni dónde comprar comida
que estuviesen seguros que era fresca.” (¡Tomá!) Y sigo caminando por el
pasillito, buscando cosas.
Veo que el armenio me dirige su más
amplia sonrisa desde que lo conozco. ¿Tendré descuento por haber defendido el
negocio? No creo.
Estoy llegando al freezer de las
cervezas cuando, otra vez, me topo con el porteño. Está tratando de abrirlo y
me sonrío porque solo ‘un local’ sabe cómo hacer eso.
TP: (Mirando para todos lados) “ ¡Pero
y la PMQLP! (Y alza la voz) ¡Ni esta M…da funciona!”
Pongo cara de póker y como sé que
no sabe si lo estoy mirando a él o no (ventajas de tener un ojo desviado) lo
dejo que siga transpirando tratando de abrir el freezer. El armenio ha
desaparecido misteriosamente.
Yo. “¿No puede abrir el freezer?”
TP. “No es que no pueda. Esta M…a
no funciona. ¿Todo es así acá?”
Como no me banco más las ‘eshes’
ni a él, opto por sacármelo de encima y dejo mi bolsita en el piso.
Yo: “Más vale maña que fuerza,
decía mi abuela” (Y presiono con ambas manos la tapa del freezer, descargando
todo mi peso en los brazos. Después – y debo decirlo – con premeditación y
alevosía, levanto la tapa usando sólo tres dedos) “Ya está. Espero que tengan
la marca que busca.”
Giro y me voy hacia la caja donde
el armenio se materializa de la nada y me sonríe nuevamente. Le extiendo la
tarjeta de débito y se lleva el dedo índice a los labios llamándome a secreto.
En la trastienda, como siempre, pasa la tarjeta y me llama para que firme. Me
despido pensando que el TP va a tener que poner peso sobre peso porque el
armenio se va a cobrar las críticas diciéndole que no tiene ‘pohne’.
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