jueves, 26 de diciembre de 2013

Diálogo de pre-vacaciones 2014 con ferretero.

Entro a la ferretería – después de chorrear transpiración por un kilómetro – aunque los camiones y autos que pasan por la ruta hacen bastante ‘viento’. 

Yo: “Buen día”
F: “Si le parece … hoy se rompe el termómetro. Hace 37º y son las 8:30” (Sí, ya sé, Sr. No me lo va a decir a mí que pateé 1 km!)
Yo: “ Ajá. Yo estoy transpirada entera.”
F: “¿Anda a pata?”
Yo: “Sí. No sé a cuánto va a llegar hoy.” (Expresión que de ninguna manera requiere respuesta, pero_)
F: “Dijo la radio que vamos a andar en los 40 de sensación térmica.” (Bueno, espero que eso ocurra cuando esté de vuelta en casa)
Yo: “Necesito eso que conecta el caño de la mochila al inodoro. (Silencio por parte del ferretero que me obliga a seguir parafraseando por no saber cómo carajo se llama lo que necesito) Es de goma  y como un acordeón.”
F: (Riéndose,  el muy HDP – aunque admito que yo he frenado más de una carcajada cuando los alumnos parafrasean) “Es tal cual. Lo de acordeón, digo. Se llama fuelle.”
Yo: “¡Ah! No le anduve lejos, entonces.”
F: (Jocoso a pesar de los 37º que debe hacer adentro de la ferretería) “Por lo menos no dijo ‘necesito el coso que va del coso que tira agua al  inodoro’. Ja Ja. (Sí, dale con el  ‘ja ja’. ¡Te quiero ver a vos tirando la cadena e inundando el baño!) ¿De 30, 40, 50…?
Yo: (Siguiendo con la ‘jocosidad’ porque no tengo idea de qué cuernos me está preguntando) “Y, treinta años más o menos”
F: (Vuelve a reírse) “Entonces debe ser de 30. (Desaparece entre las estanterías y yo sigo preguntándome: ¿30 qué? Al ratito aparece con varios fuelles – ¡no sabía que había distintos modelos y tamaños!) ¿Qué le parece éste?” (¿Qué querés que te diga? ¡No es un modelo Christian Dior!)
Yo: “Eh… no sé. Me parece que esta boca es más grande.” (Refiriéndome al caño de la salida de la mochila)
F. “¿Cómo de grande?”
Yo: (Sintiéndome una estúpida formo un círculo inconcluso con el pulgar y el índice) “Así más o menos.”
F: “¡Pero eso es un caño de 50! ¿Qué tiene? ¿Un inodoro o un jacuzzi? (Debe ser la temperatura, porque el sentido del humor del ferretero me hace desear tener una granada  y volarle la ferretería. Pero la paz social primero, así que…)
Yo: “Por la manera en que sale el chorro de agua bien podría ser un jacuzzi.”
F: (Vuelve a reírse, pero calculo que ya quiere ir a sentarse en la reposera que tiene afuera bajo una palmera, porque acelera el trámite) “Lleve estos tres y me devuelve el que no va.”
Yo: “Bueno. Pero no se los voy a traer hoy.” (Sinónimo de: ‘Ni en pedo vuelvo a caminar hasta acá con este calor’)
F: “No se haga problema. Tráigalos cuando refresque. Le cobro el de 30 y si es alguno de los otros,  cuando me traiga los otros le cobro la diferencia.” (Generoso el hombre o ya está derritiéndose como yo)
Yo: “Muchas gracias. Ahora, si le tomo la palabra y vuelvo cuando refresque… ¡eso puede ser junio, más o menos!”
F: (Ya no se ríe, pero sonríe solamente) “No importa. No voy a ser ni más rico ni más pobre por tres fuelles. ¿Va a saber cambiarlo?” (Sí, Don, no soy estúpida)
Yo: “Sí. No es ninguna ciencia.”
F: “No vaya a creer. Hay que tener mano para cambiar un fuelle.”
Yo: (Retirándome con mi paquetito y sintiéndome Anibal Troilo con tres fuelles) “Como para todo. Ja ja.”


Y emprendo el kilómetro de vuelta preguntándome si voy a poder transformar el jacuzzi en inodoro nuevamente. Sea como sea, ¡ni pienso contarle al ferretero a no ser que lo logre!

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