martes, 25 de julio de 2023

 

Tercera entrega de la saga “Todo bicho que camina….”.

Diálogo con Camillero, Anestesista y … ¡Mi Otro Yo!

 

Voy a dejar de lado las visitas a la neumonóloga, la cardióloga, la segunda visita al cirujano y la seguidilla de estudios pre quirúrgicos. (No es que ‘las charlas’ en cada caso no hayan ameritado reporte aquí, pero quiero ir resumiendo, ¿vio?).

 

El camillero me deja en la silla de ruedas estacionada frente a una doble puerta por donde entran y salen personajes ataviados como lo que deben ser – personal de cirugía.

Al rato (bah, a mí me parece ‘un rato’ – tal vez fueron solo unos minutos)…

C: “Flaquita, ¿todavía acá?”.

Yo: “Ajá. Y si sigo acá un poco más, me rajo.”.

C: Se larga una carcajada. “No seas ansiosa.” Me da una palmadita en la espalda y sigue su camino.

MOY: “Este tipo sí que no te conoce. ¿Ansiosa vos? Naaaa.”.

Yo: “¡Lo que me faltaba en este momento!”.

MOY: “Y… ¡Cómo no iba a venir a despedirte!”.

Yo: “Te podés ir bien a la mier_” .

MOY: “Te interrumpo porque no quiero que te suba el ritmo cardíaco. ¡Mirá si no te pueden operar! Digo que vengo a despedirte porque te vas a dormir un buen rato.”.

Yo: “¡Vos podrías irte a dormir y dejar de joder! ¿No?”.

MOY: “¡Al contrario! ¿Viste que dicen que cuando se va la anestesia la gente habla sin saber lo que dice? Ahí es donde entro yo. Hace rato que no me expreso y tengo taaaanto que decir …”

Yo: Me corre un escalofrío que nada tiene que ver con la cirugía sino con la amenaza – nada velada por cierto – de MOY de hacerme decir pelot…ces post-cirugía. “Seguí amenazando y me va a subir no solo el ritmo cardíaco sino también la presión.”.

MOY: “Nada más lejos de mi intenciones, che. Mirá que_”

En ese momento aparece una enfermera que me dice que ‘me llegó el turno’ como si me estuviese contando que me saqué la lotería y me traslada a un quirófano. Por lo menos me salva de seguir escuchando idioteces.

A: “¡Buen día!” (Lo dice con un entusiasmo que lamento no compartir) “Soy tu anestesista. ¿Estás cómoda?” (A ver, querido, ¿por dónde empiezo a contarte cómo estoy?)

MOY: “¡Dale! Decile que estás cag…a en las patas y_”

Yo: “Sí, gracias.”. La educación ante todo, y con tal de interrumpir a MOY…

A: “Yo me voy a asegurar que estés re cómoda durante la cirugía y que te moleste lo menos posible cuando te despertés.”.

Solo le sonrío a modo de agradecimiento. Lo que no sabe es que lo que más temo es lo que MOY puede poner en mi boca en estado de semiinconsciencia.

Ligo pinchazo en brazo, la parte baja de mi espalda y me coloca la mascarilla mientras gente se mueve a mi alrededor.

MOY: “Bueno, che, charlamos cuando te despiertes.”.

Yo: “¡En tus sueños, HDP!” Me doy cuenta de que pienso leeento.

MOY: “Está bien. Está bien. Relajá y acordate de lo aburrida que estabas antes de que todo esto empezara.  Y como dijo Graham Greene, ‘El peligro es un gran remedio para el aburrimiento ‘.”.

Y, para mi desgracia,  eso fue lo último que mi consciencia registró.

sábado, 22 de julio de 2023

 Diálogo con Cirujano.

Atenta al consejo del Doc que me hizo la colonoscopía, saco turno con un cirujano – lo que me lleva unos cuaaaantos días y me permite asistir a la consulta con biopsia en mano.

Después de los preliminares – datos para la historia clínica, cómo llegué a la colonoscopía, etc, etc.:

 

C: “Bien. Veamos la biopsia.” (Yo ya la vi Doc., y lo poco que entendí me puso los pelos de punta).

Yo: (Le paso el sobre). “Por lo que leí, el Doc. tenía razón en decirme que ese pólipo que parece un pulpo deformado no le gustaba nada.”

C: (Se ríe). “Bueno, por lo menos los otros cuatro no parecen un pulpo, aunque son los más grandes que vi en los últimos tiempos.” (Dale no más, agregale humor negro a la cosa. Ya me está gustando el C). “Hay que sacar todo. Y sí, el ‘pulpo deformado’ es un tumor. ¿Cuánto está pesando?”

Yo: “Eeee. Según la balanza de la farmacia, 54.”

C: “Mmmm. Balanza mentirosa, me parece. Tal vez unos 2 o 3 kilos menos. Vamos a tener que consultar una nutricionista.”

Yo: (El ‘vamos’ me permite insertar alguito de humor propio). “¡Ah! ¿Ud. también necesita subir de peso?”

C: Esta vez suelta una carcajada. “Lo de incluirse en lo que le decimos a los pacientes es una deformación profesional difícil de erradicar.”

Yo: “Mientras los pólipos, incluido el nefasto, sean fáciles de erradicar….”

C: Esta vez se sonríe, toma una birome y sobre el diagrama incluido en el informe de la colonoscopía (donde se señala  la localización de cada pólipo) marca dos cortes. “Se corta acá y acá, se unen los extremos y listo. Pero el paciente tiene que estar en condiciones de aguantar la cirugía. Ud. tiene bajo peso para su altura, es fumadora y tiene EPOC …”

Yo: “O sea, soy un despojo donde ni loco mete el bisturí, ¿no?”

C: “Nunca he renunciado a ‘meter el bisturí’, jaja. Vamos a la camilla.” (Menea la cabeza y se corrige) “Ud. vaya a la camilla.” (Buen alumno serías, che. Una sola corrección del docente y ya estás practicando la forma correcta)

Me examina la pelvis apretando en distintos lugares con sus manos.

C: “Y sí, voy a necesitar más carne para cortar.”

Yo: “Entonces va a necesitar otro paciente. Jaja.”

C: “Para nada. Hay que fortalecerte antes de la cirugía.” (¿En qué momento pasamos del ‘Ud,’ al tuteo?) Volvemos al escritorio y me da el nombre de una nutricionista y pedidos  de análisis y estudios pre-quirúrgicos con neumonólogo y cardiólogo.

C: “Tratá de hacer esto dentro de, digamos, no más de dos semanas. Andá a la nutricionista y nos vemos en 15 días.” (Puntos extras para el Doc que parafrasea ‘dos semanas’ para evitar repetirse). Mientras tanto nada de tabaco y alcohol.”

Yo: (Lo miro por encima del marco de los anteojos) “Acá tenemos un problema – o dos, mejor dicho. Como médico sabe que no se puede dejar de fumar de un día para el otro. (Menea la cabeza) Así que si me permite la cervecita – Ud. dirá en qué cantidad, yo prometo reducir  la cantidad de puchos.”

C: Se ríe. “¡No te puedo creer! ¿Estamos negociando?”

Yo: (Me encojo de hombros y le sonrío) “Es la mejor oferta que le puedo hacer.”

C: “Jaja. Ok. Una lata de cerveza los fines de semana y fumar lo menos posible.” Se levanta y hago lo mismo.

Yo: “Gracias, doctor. Y nos vemos en dos semanas.”

Salgo del consultorio dando gracias porque que el doctor es un negociador flojito – en ningún momento me dijo de qué tamaño debía ser la lata de cerveza.

sábado, 17 de junio de 2023

 

Y empieza la saga “Todo bicho que camina va a parar al cortador”.

Diálogo con personal a cargo de colonoscopía (secretaria, anestesista, doctor)

 

Somos varios sentaditos en sillas de plástico esperando que alguien nos busque para dirigirnos (no vaya a ser que nos perdamos) a las salas de endoscopía. Un acelerado tip tap tip tap nos anuncia que  nuestra guía se aproxima sobre tacos altos.

S: “Bueno, chicos, síganme”. Menos mal que no agregó el ‘no los voy a defraudar’. “Los acerco a la fiestita”. No parece reparar en que el chiste no causa mucha gracia, pero me da penita que su esfuerzo se desperdicie, así que me acerco y casi al oído:

Yo: “No sé cómo será la fiestita, pero la previa fue una cagada - literalmente”.

S: “Ji ji”. (¿Quién se ríe así hoy en día?) “Ahora esperen acá. ¡Y suerte!”.

No llego a sentarme porque me llaman y desaparezco tras una puerta donde me dejan como vine al mundo, solo cubierta con una bata y subo a una camilla donde me ponen de costado, traste al aire.

D: (Dirigiéndose, supongo, a la anestesista) “Ojo con darle mucho ‘gas’ a la señora, que por la voz es fumadora”.

Yo: (Levanto el pulgar) “EPOC leve diagnosticado”. El doctor se ríe y la carga a la anestesista.

D: “¿Ves? ¿Ves? Así vas a tener  la voz en un tiempito si seguís fumando”.

A: “Cada uno lidia con el estrés como puede”.

Yo: “Y mi voz también está hecha percha por de 34 años de docencia”. (¿¡Por qué no puedo cerrar la boca aunque sea en estas circunstancias?!)

D: “¿Profesora de qué?” (Me metí en terreno peligroso, ¡que lo tiró!).

Yo: (Mientras inspiro y expiro ‘el gas’)  “Mmmm. Si ya tenés el endoscopio en la mano, no sé si me conviene contestar”.

D: “Ja Ja ¡Seguro que profe de matemáticas! Todavía odio la matemática”.

Yo: (Bueno, parece que el ranking de ‘Vieja Ch…a De’ no lo encabezo por el momento) “Soy …eee… fui profe de inglés”.

He aquí que el Doc me sorprende cantando una vieja  canción en inglés – o en algo que cree que es inglés.

Yo: “¡Ay!”.

D: “Todavía no empecé. ¿Le duele algo?”.  Me gana de mano la anestesista:

A: “¡Los oídos le duelen de escucharte a vos!”.

Todos nos reímos y se acaba la joda. En ningún momento me duermo del todo y escucho que la discusión sobre materias odiadas sigue...

Ya en sala de recuperación, vestida y sentada en la camilla espero al Doc que aparece en no más de 10m.

D: “Lamento tener que decirle esto a alguien con quien la pasamos re bien ahí (gira la cabeza hacia la sala del estudio) pero no espere el resultado de la biopsia y consulte un cirujano lo antes posible.  Esto (señala un pólipo en una de las fotografías que más bien parece un pulpo deformado) no me gusta nada”.  ¡Chan!

Yo: “Bueno, primero,  (me sonrío) no tiene por qué  gustarle”.  Y segundo, a buen entendedor…”

D: Me da un abrazo. “Otro consejo: no lo gaste al cirujano si cree que habla inglés y es una papa como yo”.

Yo: ¿Estás loco? Vos sacás fotos, ¡el otro tiene bisturí en la mano!”

El doc me da un abrazo y riéndose,  se aleja con su metro ochenta y cabeza llena de rulos, saludándome con la mano.

domingo, 17 de julio de 2022

 Diálogo con Especialista en Calefones

 

Abro la puerta y…

EC: “Buen día, Sra. Soy el especialista en calefones. Hablamos esta mañana”. (Bueno, esta mañana pensé que hablaba con un plomero o gasista, o una combinación de ambos. ¿Pero… ¡¿‘Especialista en calefones’?!)

Lo hago pasar y lo llevo frente al aparato infame que me está haciendo la vida – en realidad el invierno – un infierno. (Aunque esto parezca una contradicción, Uds. me entienden, ¿no?)

EC: “Marca noble ésta. Pero  tiene sus años, ¿no?”.

Yo: “Y, sí”. (¡Ni pienso decirte cuántos!).

EC: “¿Y cuál es el problema?”.

Yo: “Calienta cuando quiere – y no es justamente cuando te bañás”. (Casi digo ‘calienta cuando se le calienta’ pero evito la redundancia a tiempo).

EC: “¡Ah! Sos temperamental, mi amigo”. (Dice esto mirando al calefón. Estoy por reírme cuando recuerdo que yo hablo con los gatos, perros y plantas, y freno la risa).

EC: Se coloca unos guantes cual cirujano dispuesto a usar el bisturí. “¿Alguna otra cosa?”.

Yo: “Hace un ruido raro”.

EC: “¿Raro cómo?”.

Yo: (¡Que te tiró! ¿De dónde saco una onomatopeya que refleje lo que hace el calefón?) “Eeee… no sé cómo describirlo, la verdad”.

Acto seguido, procede a desplegar una serie increíble de combinación de sonidos para ver si identifico ‘el ruido’. Ante cada uno yo niego con la cabeza. ¡Y no puedo evitar pensar que sería un maravilloso alumno de fonética!

Yo: “Te abro la llave del agua así lo escuchás vos mismo”. El aparato maléfico se toma su tiempo  – la llama se mantiene baja por unos momentos y luego aumenta un poco para finalmente empezar con su … eee… ‘recital’’.

EC: “¡Ah! ¡Pero Sra.! Todos los calefones crepitan”.  (¡A la miér… coles! ¡Y yo que sólo vi la palabra ‘crepitar’ en alguna que otra novela en contexto romántico de chimenea y pareja disfrutando de las llamas!). “Eso no es ninguna anormalidad. Los quemadores deben tener residuos que impiden que la llama fluya normalmente”.  (¡¿Por qué no decir solo ‘los quemadores están sucios?!)

Yo. “¡Ah!” (¿Qué quieren que diga? Ya me dio jaque mate en cuatro  jugadas: ‘temperamental’, ‘crepitar’, ‘anormalidad’, y ‘la llama fluye’).

Mientras desarma el calefón y limpia los quemadores, me pregunto cuánto me va a cobrar. Bueno, por lo menos si mi sale caro (¡Y andá a saber qué es caro o barato en este momento de la Argentina!) el  nivel léxico del EC se lo merece.

miércoles, 6 de abril de 2022

 

Diálogo con Empleado de Ferretería

 

Entro a la Ferretería y voy directo al empleado que parece estar más aburrido que vampiro en sarcófago.

EF: “Buenas tardes. ¿En qué la puedo ayudar?”. (Bueno, por lo menos es educado).

Yo: “Buenas tardes. Necesito una remachadora”.

EF: “Ajá. ¿De qué tipo?”. (Su entonación parece venir con subtítulos: ‘¿tenés idea de lo que es una remachadora?’ Borro de mi mente que es educado).

Yo: “La común – no profesional por supuesto”.

EF: “Bueno, pero hay muchos modelos  y de diferentes calidades”. (Esto ya no viene con subtítulos. Lo dice con la típica suficiencia que ya he encontrado cuando voy a comprar repuestos para el auto).

Yo: (Inspiro profundo para no calentarme) “Obvio. ¿Cuáles tenés?”.

EF: “Esas de allá”. (Gira la cabeza señalando las remachadoras en exhibición. Se ve que mi ‘obvio’ fue más ácido de lo que pensé).

Yo: (Me tomo mi tiempo para mirar todas). “Mostrame ésta y ésta”.  (De dañina no más le pido que me muestre la segunda. Ya elegí  la que voy a llevar).

EF: “Umm. Ésta no la va a poder manejar. Es muy pesada para Ud.” Y agrega,  “si es que Ud. la va a usar”. (O sea, ‘no creo que vos  la sepas la usar’).

Ya me rompió las gónadas, para no usar la expresión típica. Lectores que no tuvieron una profe de biología como la mía, googleen el término.

Yo: “Uso remachadora para arreglar sillones de tiras desde hace… ¡uy! como 10 años, pero la pobre no da más. No expulsa el mandril”.

Se endereza un poco, abandonando su postura indolente apoyado en el mostrador y me mira como bicho raro. Pero evidentemente no puede con su genio.

EF: “Tiene que desarmarla. Es re-simple”. (O sea, hasta vos lo podés hacer). Y procede a darme indicaciones que sospechosamente son las mismas que en el video de youtube que consulté yo.

Yo: “¿Alguna vez desarmaste una? Porque si es así, te traigo la mía y te pago el arreglo en vez de comprarme una”.

EF: (Ahora sí la autosuficiencia desaparece) “Eeee, no, no.” ¡Mire si voy a perder la venta. El dueño me mata!. Ja ja”. (Buena salida, che, a pesar de la risita nerviosa. Ya podés dejar de transpirar).

Yo: “Ja. Ja. Tenés razón. Bueno, dame ésta”.

EF: “Buena elección”. (Sí, claro, ¡porque es la más cara!). Y procede a cobrarme. “¿Puedo preguntarle algo?”.

Yo: “Claro”. (Pero ¡ojo querido!, porque desde que dejé la docencia tengo la paciencia cada vez más débil, digamos).

EF: “¿Cómo hace para llegar a cortar el mandril? Porque se necesita mucha fuerza para eso”.

(O sea, ‘con esos bracitos de desnutrida que tenés es imposible que puedas).

Yo: “¡Ah! Encontré cómo hacer eso en un video de youtube”. Giro y me voy.

 

Lástima que me pierdo el espectáculo del EF buscando en ese sitio cosas como ‘persona débil/vieja/sin fuerza Æusar remachadora’.

sábado, 22 de enero de 2022

 

Diálogo con Traumatólogo. (Y bueno, tenía que cerrar el ciclo de esta lesión).

 

Estoy en la sala de espera cuando el T, contrario a su costumbre – que es gritar el apellido de la próxima víctima sin dejar su santuario con aire en 24º, abre la puerta del consultorio y …

T: “¿Díaz? (Si, así, con entonación de pregunta provocada por sorpresa).

Yo: (Levanto la mano como en la escuela primaria) “Presente”. (Me dirijo al santuario y tomo asiento).

T: (Mirando mi brazo derecho como si estuviese haciendo una radiografía) “¡¿Qué pasó?!”.

Yo: “¿Cómo qué pasó? ¿No me dijo que volviera cuando terminara la kinesiología?”

T: “Sí, sí. Pero el kinesiólogo me dijo que estaba todo bien”.

Yo: “Es así. Ese muchacho es un mago, la verdad. Yo_” (Me interrumpe).

T: “A ver si entiendo. Todo salió bien y Ud. vino ‘en respuesta a mi pedido’ (¡Pará con el énfasis, che!) de la última consulta?”.

Yo: (Con cara de póker al 100%) “Claro”.

T: “Bueno, ¡ahora sí se viene la madre de todas las tormentas! ¿Cuándo en su… eee… desde que nos conocemos me dio pelota y volvió si se sentía bien?”. (Estoy segura que estuvo a punto de decir ‘en su puta vida’, pero debe haber recordado que es un Sr. Dr. esta vez – aunque el ‘me dio pelota’ estuvo un poco fuera de nivel de formalidad requerido. En fin…).

Yo: “Al final, ¿quién entiende a los médicos? Si no les haces caso te retan como a nene que se portó mal en la próxima consulta, y si les hacés caso _” (Otra vez me interrumpe – ahora para soltar su típica carcajada).

T: “Na, na. Si cuento esto nadie me cree”. (Un poco grandecito el Sr. para usar el ‘na’ por ‘no’). “No le puedo negar que es una grata sorpresa. Ahora dígame la verdad, (¡YO no te puedo creer!) ¿todavía siente alguna molestia? ¿O se jodió otra cosa?” (¡Y apareció su término preferido! ¡Y debe ser en serio que no les  cree a los pacientes!)

Yo: “No, no. No me quedó ni una molestia. Claro que seguí las instrucciones del kinesiólogo para hacer unos ejercicios sola para reforzar lo que hice con él”.

T: “¿Y qué hizo con él además de hacerlo reír – a él y los otros pacientes?” (¡Pero qué HDP el K! ¡Botón!).

Yo: “¡Después dicen que las mujeres somos chusmas!”.

T: (Ooootra carcajada) “Para nada. Solo cumplo con mi deber de hacer un buen seguimiento de mis pacientes. Lo que pasa es que como es la primera vez que hace kinesio…” (En algún momento me iba a echar en cara que siempre me resistí a la kinesiología).

Yo: “Y digo yo, si Ud. hace el seguimiento, ¿para qué me hace venir?”.

T: “Bueno, convengamos que no pensé que iba a venir y no me diga que no tenía razones para pensar así.  Ahora dígame, ¿Qué le pareció?”. (¡Ni que me estuviese preguntando por una serie, película o libro!).

Yo: “Una tortura con beneficios”.

T: “Jaaaaaaaaaaaaaaa. Bueno, para su información el kinesiólogo me dijo que la pasó de diez con Ud.”.

Yo: “Y sí, claro. Un sádico siempre la pasa bomba con la pobre víctima. (Oootra risotada del T). Pero la verdad, sabe manejar la gente”.

T: “Y, si pudo con Ud. no lo dudo”. (¡Pero que te tiró!) “Bueno, será hasta la próxima entonces”. (Ni sueñes que me vas a ver por un laaargo tiempo).

Yo: (Abro la puerta y giro hacia al T) “No es que no lo aprecie, pero preferiría no verlo seguido”.

La risa me sigue por el pasillo hasta que escucho al T gritar el apellido de su próximo paciente.

domingo, 16 de enero de 2022

 Diálogo con Kinesiólogo (en tercera sesión de tortura terapéutica)

 

El K abre la puerta, doble barbijo y, rociador de alcohol en mano listo para disparar, me saluda.

K: “¡Hola, Adri! ¿Cómo andás hoy?” (Levanto la mano en señal de ‘pare’) “¿Qué? ¿No me vas a dejar que te desinfecte?”.

Yo: “Desinfectá todo lo que quieras. Pero, ¿qué te dije la primera vez que me llamaste ‘Adri’?”

K: (Se pone serio) “Que los únicos habilitados para decirte ‘Adri’ eran tus alumnos. Pero yo pensé_”.

Yo: (Riéndome) “¿Todavía me tomás en serio?”.

K: (Mientras me baña en alcohol y sonríe) “¡Nunca sé cuándo hablás en serio y cuando en joda!”.

Yo: “¿Ves? Mis alumnos siempre se daban cuenta”. (En realidad capaz que no, pero si sobrevivieron  a mí, se ganaron el derecho de usar el ‘Adri’).

K: (Mientras entramos a la sala de tortura) “Te acordás del ejercicio que hicimos la última vez?” (Sí, querido, me acuerdo. Es más, mi espalda y brazo derecho se acordaron de vos cuando me levanté de la cama al otro día).

Yo: “¿Hicimos? Que yo recuerde, vos dabas instrucciones y mirabas mientras yo transpiraba”.

K: (Ignora el comentario) “Prendí el aire y vamos a descansar más entre ejercicio y ejercicio hoy porque el barbijo te va a matar con esta temperatura”.

Yo: “¡Qué considerado! ¿Y si vamos a los masajes directamente?”.

K: “Ja ja. Contra la pared”. (¡A la pelotita!).

Yo: “Mirá, yo sé que te tengo podrido, pero el fusilamiento no me parece muy adecuado”.

Su carcajada se mezcla con la de los otros dos pacientes que interrumpen  la secuencia de ejercicios que estaban haciendo para reírse.

K: “No sé cómo eras de profe, pero como alumna debés haber sido terrible”. (Gira hacia mis compañeros de sufrimiento siestero) “Y uds. sigan. O mejor, empiecen la serie de nuevo”. (¡Pobres!)

Yo: “Y vos como profe serías de terror. Mirá que castigar a mis compañeros por mí. Eso no se hace”. (Bueno, capaz que también lo hice alguna vez, pero calculo que ya prescribió).

Se sonríe, me tira las instrucciones y se dedica a corregir nuestras posturas y movimientos, insertando algunos ‘¡Muy bien!’, ‘¡Eso!’ ‘¡Excelente!’ (No se le puede negar que maneja ‘el refuerzo positivo’ muy bien).

K: (Algunos minutos después) “¿Adri, cómo vas?”

Yo: “Bien”. Hago una pausa. “Bien reventada”. (Esta vez solo él se ríe. Los otros dos apenas se sonríen – ¡no vaya a ser que les haga empezar de nuevo!).

K: “¿Cuánto te falta para terminar la serie de 10?”

Yo: (Entre inhalación, exhalación, resoplido y subida y bajada de la pelota contra la pared) “Ooooocho  … nueeeeve… y …. diiiiiez”.

K: “¡Genial! Ahora ….”

Y así transcurre la sesión hasta llegar a la tan temida masacre de distintos músculos de mi anatomía a manos del K.

K: “Dejá flojito el brazo. Dejame que yo lo maneje”.

Yo: (Depués de unos segundos) “Te digo que si manejás un auto como mi brazo no debés tener carnet de conductor”.

K: “¡Ah! Pero tengo título de kinesiólogo. Ja ja”.

Yo: “Supongo que el número de trámite de tu título es 007”. (Y me río). Se queda pensando unos segundos.

K. “Ese chiste no lo pesqué. ¿Por qué 007?” (¡Chau! Brecha generacional si las hay - ¡Perdonalo James!). En ese momento termina de ‘manejarme’ el brazo.

Yo: “Googlealo y charlamos mañana”.

Me voy pensando en todo lo que se pierde  - o se gana en algunos casos -  si el emisor de un mensaje da por sentado que el receptor va a ‘pescar’ una alusión o implicancia pragmática….