Diálogo con Kinesiólogo (en tercera sesión de tortura terapéutica)
El K
abre la puerta, doble barbijo y, rociador de alcohol en mano listo para disparar,
me saluda.
K: “¡Hola,
Adri! ¿Cómo andás hoy?” (Levanto la mano en señal de ‘pare’) “¿Qué? ¿No me vas
a dejar que te desinfecte?”.
Yo:
“Desinfectá todo lo que quieras. Pero, ¿qué te dije la primera vez que me
llamaste ‘Adri’?”
K: (Se
pone serio) “Que los únicos habilitados para decirte ‘Adri’ eran tus alumnos.
Pero yo pensé_”.
Yo:
(Riéndome) “¿Todavía me tomás en serio?”.
K:
(Mientras me baña en alcohol y sonríe) “¡Nunca sé cuándo hablás en serio y
cuando en joda!”.
Yo:
“¿Ves? Mis alumnos siempre se daban cuenta”. (En realidad capaz que no, pero si
sobrevivieron a mí, se ganaron el
derecho de usar el ‘Adri’).
K:
(Mientras entramos a la sala de tortura) “Te acordás del ejercicio que hicimos
la última vez?” (Sí, querido, me acuerdo. Es más, mi espalda y brazo derecho se
acordaron de vos cuando me levanté de la cama al otro día).
Yo: “¿Hicimos?
Que yo recuerde, vos dabas instrucciones y mirabas mientras yo transpiraba”.
K:
(Ignora el comentario) “Prendí el aire y vamos a descansar más entre ejercicio
y ejercicio hoy porque el barbijo te va a matar con esta temperatura”.
Yo: “¡Qué
considerado! ¿Y si vamos a los masajes directamente?”.
K: “Ja
ja. Contra la pared”. (¡A la pelotita!).
Yo:
“Mirá, yo sé que te tengo podrido, pero el fusilamiento no me parece muy
adecuado”.
Su
carcajada se mezcla con la de los otros dos pacientes que interrumpen la secuencia de ejercicios que estaban
haciendo para reírse.
K: “No
sé cómo eras de profe, pero como alumna debés haber sido terrible”. (Gira hacia
mis compañeros de sufrimiento siestero) “Y uds. sigan. O mejor, empiecen la
serie de nuevo”. (¡Pobres!)
Yo: “Y
vos como profe serías de terror. Mirá que castigar a mis compañeros por mí. Eso
no se hace”. (Bueno, capaz que también lo hice alguna vez, pero calculo que ya
prescribió).
Se
sonríe, me tira las instrucciones y se dedica a corregir nuestras posturas y
movimientos, insertando algunos ‘¡Muy bien!’, ‘¡Eso!’ ‘¡Excelente!’ (No se le
puede negar que maneja ‘el refuerzo positivo’ muy bien).
K: (Algunos
minutos después) “¿Adri, cómo vas?”
Yo: “Bien”.
Hago una pausa. “Bien reventada”. (Esta vez solo él se ríe. Los otros dos apenas
se sonríen – ¡no vaya a ser que les haga empezar de nuevo!).
K: “¿Cuánto
te falta para terminar la serie de 10?”
Yo:
(Entre inhalación, exhalación, resoplido y subida y bajada de la pelota contra
la pared) “Ooooocho … nueeeeve… y …. diiiiiez”.
K: “¡Genial!
Ahora ….”
Y así
transcurre la sesión hasta llegar a la tan temida masacre de distintos músculos
de mi anatomía a manos del K.
K: “Dejá
flojito el brazo. Dejame que yo lo maneje”.
Yo:
(Depués de unos segundos) “Te digo que si manejás un auto como mi brazo no debés
tener carnet de conductor”.
K: “¡Ah!
Pero tengo título de kinesiólogo. Ja ja”.
Yo: “Supongo
que el número de trámite de tu título es 007”. (Y me río). Se queda pensando
unos segundos.
K. “Ese
chiste no lo pesqué. ¿Por qué 007?” (¡Chau! Brecha generacional si las hay -
¡Perdonalo James!). En ese momento termina de ‘manejarme’ el brazo.
Yo: “Googlealo
y charlamos mañana”.
Me voy
pensando en todo lo que se pierde - o se
gana en algunos casos - si el emisor de
un mensaje da por sentado que el receptor va a ‘pescar’ una alusión o implicancia
pragmática….
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