Diálogo
con Kiosquero
El
diluvio en El Leyes ya lleva varios días y mis reservas de elementos esenciales
(quienes me conocen ya saben cuáles son) están en rojo, así que cuando la
lluvia afloja un poco me calzo las botas y decido pegarme una corrida al lugar
más cercano – el kiosco. Lo de ‘corrida’ es una manera decir, ya que después de
algunos pasos en la arena más que empapada,
empiezo a caminar como pato criollo. ¡No asociar esto con el famoso dicho! Es
solo que avanzo con el típico balanceo de un lado al otro de esos animalitos porque
mis pies se entierran con cada paso.
Finalmente
llego al Kiosco.
K: “¡Hola doña! ¿Cómo anda, aparte de
embarrada? Ja Ja”. (¡¿Por qué no te metés el humor en el … bolsillo?!).
Yo:
“Para el traste. Sin teléfono ni internet. Ya van 10 días y Telecom ausente”.
K: “Ay,
ay, ay”. (Ya extrañaba la repetición inicial del ‘ay’, ‘si’, y ‘no’). “Puede
esperarlos sentada. Hay un montón de gente con el mismo problema. Al doctor XX hace casi 15 días que lo tienen
colgado”. (Entonación de: O sea, si a un Sr doctor lo tienen ‘colgado’, ¡imaginate
si van a venir a arreglarte a vos –
docente y jubilada!). “¿Quiere recargar el celular, no? Tengo vaaaarios nuevos
clientes para eso”. (O sea: la desgracia de los ‘vaaaarios’ le vino al pelo a él).
Yo:
(Me niego a la extorsión ‘tu desgracia es mi negocio’). “No. Tengo datos todavía
y los usos lo menos posible”. (¡Tomá!)
K: “Ay,
ay, ay. Debe ser una cuestión de edad. Los más jóvenes no pueden vivir sin
datos. Ja ja. Se mueren si no pueden boludear en internet”. (Me banco el
comentario porque insertaste el ‘más’ antes de ‘jovenes’en la primera oración, ¡QTP!,
y ni pienso comunicarte que yo también extraño ‘boludear en internet’).
Yo: “Y
mire que yo ya llamé tres veces. Pero_” No me deja terminar.
K: “Sí,
sí, sí. Te atienden muy bien pero marche preso, Ja ja.” (Debe estar recargando
crédito a lo loco para que esté de tan buen humor el muy HDP).
Yo: (Me
puede la indignación y pongo mi mejor cara de vinagre). “Me alegro que por lo
menos Ud. ande de buen humor”.
K: “Bueno, bueno, bueno”, (esta secuencia repetitiva es
nueva) “va a llevar cigarrillos y cerveza, ¿no?”. (Lo dicho, es un extorsionador, el muy
desgraciadito).
Yo: (Me
trago la indignación pero mantengo la cara de vinagre) “Sí. Espero llegar de
vuelta a casa antes de que se largue de nuevo”. (O sea, ni pienso seguir
charlando con vos).
K: “No,
no, no. No llueve de nuevo hasta dentro de una hora, más o menos”. (¿Para qué consulto
el servicio meteorológico nacional?)
Yo: (Mientras
me alcanza las compras, no puedo resistir hacer un último comentario irónico). “Ahora
voy a pasar todas las mañanas y le pregunto cómo va a andar el clima, ja ja”.
K: “Encantado.
Nunca le erro”. (Sonríe y me doy cuenta que la ironía no fue registrada).
Me
retiro con la cabeza gacha, tanto por haber sido vapuleada por el kiosquero, como por la
necesidad de mirar bien dónde pongo los pies. Perdón Borges, pero eso de “la derrota tiene una dignidad que la
victoria no conoce” no me hace sentir mejor.
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