Diálogo
con peluq… perdón, ‘estilista’.
Abro
la puerta de la peluq… perdón, del ‘salón de belleza’, saludo, y…
P:
(Gritando – el no habla, grita) “ ¡Ayyyyyyyyy! ¡Paren las rotativas que llegó
‘aguinaldo’! (Me dice así porque voy dos veces al año) Como ya lo conozco, solo
sonrío y me siento a esperar mi turno. “ ¡Pero mirá ese ‘quincho’ que tenés
ahí! ¿Cómo podés andar por la vida así?
Yo:
“Peor lo tuyo. La pelada va expandiéndose.”
P:
“ ¡QTP!”
Yo:
“Y bueno. Vos me jodés, yo te jodo.”
P:
“Pero yo por lo menos uso boina.” Me largo una carcajada y el termina con una
de las clientas. “Vení que te lavo.”
Me
siento en la silla de tortura y empieza a aporrearme la cabeza mientras me
cuenta chismes de gente que ni conozco.
P:
“No me estás dando pelota, ¿no?”
Yo:
“Ya sabés que nunca te doy pelota. Si ni sé de quién estás hablando.” (Temo por
la seguridad de mi cuero cabelludo porque el aporreo se intensifica)
P:
“¿Qué pensás hacer con esas canas?” (Empieza el diálogo de siempre)
Yo:
“Nada por ahora.”
P:
“Claro. Ya me veo tiñéndote cuando estés en el cajón.”
Yo:
“Autorizado. Total ya no voy a sentir nada.”
P:
“ ¡Pero qué HDP que sos!” (Y me arranca una cana). Me arruinan cualquier
peinado que te haga.”
Yo:
(Trasladándome a la silla de corte) “¡Ah! Eso que me hacés cuando vengo es un
peinado?”
P:
(Me arranca más que retira la toalla) “¡Me encanta cuando me peleás! Todas
estas (pasea la mirada por las otras clientas) son un flan.” Todas se sonríen
como lo hice yo al entrar porque todas lo conocen también.
Yo:
“Vos no tenés paz, ¿eh?”
P:
“Tampoco tengo canas ni nariz de Pinocho.”
Yo.
“Qué problema tenés con mi nariz?”
P:
“Es demasiado grande y no es fácil cortarte cortito como vos querés y que no quedes
como ave zancuda.”
Yo:
(Me vuelo a reír) “Bueno, dale. Hacé lo tuyo, pero dejame algún pelo para
peinar, ¿eh?”
P:
“Te voy a dejar divina.” Trabaja por unos minutos con la velocidad de manos y
tijera que siempre me llamó la atención. “Mirá. Mirá cómo te dejé la nuca.”
(Pone un espejo detrás de mi cabeza y me da tiempo de calzarme los anteojos)
Yo:
“Hermosa. Ahora, ¿tengo que caminar para atrás?”
Me
da un coscorrón y sigue pelándome. Al ratito empuña el secador y el cepillo y
sigue maltratando mi cabeza.
P:
“Ahora ponete ‘los ojos’ de nuevo y mirá.”
Yo:
(Tomándole el pelo) “¡Ay! ¿Esa soy yo? Pero mirá que chiquita me quedó la
nariz.”
P:
“La próxima vez te afeito la cabeza y
vas a tener que usar peluca.”
Me
vuelvo a reír, le pago y me despido. Cuando voy llegando a la puerta me grita: “El
corte que te hice no te va a durar 6 meses, ¿eh? Así que te espero en
diciembre.”
Yo:
“Sí, doctor.”
Mientras
salgo, escucho que empieza con otra clienta:
P:
“Y vos, parecés una gata. El pelo tricolor tenés. ¿Otra vez te teñiste sola?”
Toda
una experiencia ir al peluq… perdón, al ‘estilista’.
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