Diálogo con
albañil – en la quinta. (Y sí, ¡yo no me privo de nada!)
Salto de la
cama – literalmente – porque la puerta de la cochera se sacude por un golpe
seguido de varios más. Tanteo la mesita de luz hasta que encuentro los
anteojos, me tiro ropa encima (no puedo decir que ‘me visto’), trastabillo
hasta la puerta y abro la mirilla.
A: “¡Buen
día, doña! ¿Se olvidó que hoy veníamos a buscar las herramientas que dejamos?”
Yo: “No me
olvidé. ¿Qué hora es? ¿Cómo entraron?” (Esto último en alusión a que el portón
está con candado)
A: “Son las
7, y solo entré yo porque éstos (señala a los otros dos que esperan en la calle
tras el portón) no pueden saltar ni a la soga. Ja ja”. (Razón no le falta
porque ‘esos dos’ miden alrededor de 1,80m y su eh… ‘ancho’ no es de atletas
precisamente. Ni en sueños pueden saltar la reja.).
Yo: “¡Las
7! ¿No podían pasar un poco más tarde?” (Mi típico buen humor se negó a despertar
en el momento que me dijo la hora).
A: “Y, es
la hora a la que vamos a laburar. Le prometimos al Don de acá seis cuadras que
íbamos temprano. Chocho estaba”. (Bueno, querido, pero la alegría de ese buen
hombre que finalmente vayan a trabajarle no es el mismo sentimiento de quien despiertan a esta hora porque de buena onda
les permitió que dejaran las herramientas cuando se les rompió la camioneta).
Yo: (Pasándole
por la mirilla la llave del portón para que sus compañeros entren) “Tomá. Ya
abro atrás”.
A: “Naaa.
¡Para qué! Siga durmiendo no más. Levantamos las cosas y yo le cierro con el
candado”.
Yo: “Ahora
ya estoy despierta. Además, con el
bolonqui que van a hacer se van a despertar hasta las chicharras!”
A:
(Mientras abre el portón) “Jaaaaaaaa. Tiene razón”. (¡Menos mal que asume cómo
son!) “Y ustedes, (dirigiéndose a sus compañeros) no hagan bolonqui, como dice
la señora. (¡Ah, claro! Porque vos decís ‘lío/barullo/bochinche’) Miren que no
le gustó nada que la despertáramos”. (Y seguro en mi lugar hubieses abierto la
puerta con una sonrisa de oreja a oreja - ¡QTP!).
Yo: “¡Mirá
si yo te voy a golpear la puerta un domingo a esta hora!” (Me río para aflojar
los músculos de la mandíbula que están tensos por el mal humor).
A: “Pero
doña, hasta el Señor descansó el séptimo día”. (¿¡En serio me está citando el
Génesis?! Mejor cierro la mirilla y no salgo porque lo acogoto).
Yo: “Bueno,
me voy a preparar unos mates. Dejame el candado en la ventana de la cocina no
más”.
A: “O Ka”.
Desde la
cocina escucho su charla – a los gritos, por supuesto – y el ruido de
herramientas arrojadas dentro de baldes.
Su cita del
Génesis me trae a la mente al filósofo británico Whitehead: “El que la Biblia no tenga ni huella de
humor es uno de los hechos más extraordinarios de la literatura”. Seguro a
quien o quienes la escribieron los despertaban todos los días como a mí hoy.
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