martes, 11 de febrero de 2020


Diálogo con Vecina Trabajadora Rural

Bajo de la ruta desde Santa Fe a más velocidad de la prudente, pero es que la tormenta ‘me viene pisando los talones’ – aunque una mejor descripción sería que la tormenta ‘viene tocándole el traste al auto’.  A una cuadra de la quinta veo a una VTR que conozco corriendo con ‘la bolsa de los mandados’ flameando cual bandera al viento. Me doy cuenta que no corre, sino que el viento fuerte la está llevando. (¡Es más flaca que yo la pobre! Freno a su lado.
Yo: “¿Dónde va?”
VTR: “¡Hola doña! Del armenio”. Grita para que la escuche por encima del viento. (¡Pobre armenio – insiste con lo de ‘minimercado’ y todos seguimos ‘yendo del armenio’!)
Yo: “La  llevo”. (Total tenía que comprar cosas igual ... y además el armenio todavía tolera el ‘le alcanzo las botellas después’ – aunque sólo de quienes conoce bien).
VTR “Se viene, doña, ¿segura que quiere seguir?” (Y, si vos querías seguir  ‘a pata’, yo puedo con el auto).
Lo que no sabe es que si se larga fuerte yo puedo pasar horas en el auto hasta que ‘amaine’.
Yo: “Mal momento para salir de compras, ¿no?”
VTR: “Y, al ‘Vítor’ se le ocurrió comer milas de pescado. Y vio que el armenio tiene frescas.”
(¡¿Y no se le ‘ocurrió al Vítor’ ir a buscar las milas él mismo?! Pero al cuete ir contra ‘el patriarcado’ con la VTR que hace más de 30 años que se banca ‘el Vítor’).
VTR: (Leyendo mi mente – o la suya propia, y aun así sale en defensa de su marido…) “El Vítor está trabajando”. (Pienso: ¡Con razón la tormenta!) “Ahora arregla máquinas de cortar pasto”. (Corrijo mentalmente – ‘¡Césped!’) “La suya hace un ruido bárbaro. Tendría que llevársela para que la vea.” (¡Encima también le hace de publicista la pobre! Ni en dope ‘le entrego’ mi máquina ‘al Vítor’).
Yo: (Divisando ‘lo del armenio’ entre la arena que vuela y todo lo desdibuja) “Ya estamos. La espero para la vuelta.”
VTR: “No se preocupe, doña, todavía no hay rayos.” (En ese momento, un trueno hace temblar la tierra y ambas corremos hacia el interior del minimercado).
Después de saludar al armenio y obtener permiso de comprar cervezas con el compromiso de llevarle las botellas más tarde, me surto de lo necesario para ‘pasar la tormenta’. Pago con tarjeta de débito – ante la mueca de desaprobación del armenio que me anoticia que ‘hay descuento por pago al contado’ debido a ‘la situación económica del país’ (¿?), y espero que la VTR pague las milanesas que el armenio cobra como si fueran de pollo de mar.
Yo: “Ya se largó la lluvia. La alcanzo hasta su casa”.
VTR: “No, doña, déjeme en su casa no más. Me queda re cerca”.
Partimos patinando en la arena que tiene problemas para absorber la cantidad de agua que cae de golpe, pero llegamos sin incidente/accidente a mi casa, donde me empapo cuando abro el portón.
Yo. (Ya dentro de la cochera) “¿No quiere esperar un ratito hasta que afloje?”
VTR: “No, está bien. Mire, si apenas llovizna ahora. (Evidentemente entendemos cosas distintas por ‘llovizna’ o, lo más probable, no quiere llegar tarde con las milas para ‘el Vítor’). ¡Gracias!” Y parte a paso presuroso bajo la lluvia.

Bajo las cosas del auto, y estoy por buscarme un toallón porque la mojada me está dando frío, cuando la gata agregada aparece vaya a saber de dónde, y me recrimina con mirada de desdén y maullidos de queja el no haberle dejado comida hoy temprano cuando me fui. Me olvido que estoy mojada,  y parto rauda a buscarle comida.  Pienso: ¡Gata manipuladora! Y mientras la proveo de comida tengo que aceptar  que “la culpa no es del chancho sino del que le da de comer”.

Diálogo con Vecina (la de la quinta)

Estoy poniendo el candado en el portón – ya cayendo la noche – cuando la vecina se materializa de la nada. Yo, concentrada en embocarle ‘la papita’ al candado donde corresponde, me sobresalto.

V: “¡Hola! Tuvo visita hoy!”
Yo: “Casi me da un infarto. No la vi venir”. (Pienso: ¡nunca la veo venir! )
V: “Ja ja. Estaba justo en la puerta cuando la vi que iba a poner el candado”. (Bueno, que tiene buena visión no se le puede negar) “Vi un auto rojo hoy. Vio que yo estoy atenta a los autos que no son de la zona. Hasta memorizo las patentes. (Para mí las memoriza para jugar los números a la quiniela)¡Con las cosas que están pasando!”
Yo: (Intuyo que si no interrumpo, se viene una lista de casos policiales, de variada gravedad y descriptos con todo detalle, decido proveer información) “Sí. Vino una amiga”.
V: “Y se debe haber perdido porque pasó de largo la primera vez. Y después la vi a Ud. que salió a la esquina envuelta en el toallón y le hizo señas.” (¿¡No viste el color de la malla y si tenía puesto el protector solar también!?)
Yo: “No se acordaba bien dónde era la casa.” (Sigo tratando de ver dónde cornos está el agujerito del candado)
V: “¡Qué bueno que tenga visitas y no solo los albañiles!” (Ahhhhh. ¡Ahora sé por dónde viene la cosa!) “Porque hace unos días vi que vinieron re temprano. Pero ya le habían terminado el trabajo, ¿no?”
Yo: “Sí, pero_” (Al estilo de Mi Otro Yo, me interrumpe)
V: “Vi dos tipos parados en la vereda y otro que saltaba la reja. ¡Imagínese! Casi, casi, llamo la policía. Pero reconocí los dos gordos”. (A esta habría que explicarle lo  del lenguaje políticamente correcto. Y ya me veo tratando de  explicarle a los policías el malentendido). “¡A esa hora! Era raaaaro”.
Yo: “Sí, como a las 7”. (No te voy a largar nada más. ¡Y este maldito candado!)
V: (Probando estrategia alternativa) “Después pensé que a lo mejor les había quedado algo por hacer….” (Y como siempre, pienso en la facilidad que tiene para preguntar sin utilizar una forma interrogativa directa sino una entonación que fuerza a su pobre interlocutor a dar una respuesta)
Yo: (Logrando por fin cerrar el candado) “¡Listo! Bueno, me voy a ver qué cocino”. (De todas las excusas que podría haber inventado, es la más ridícula, pero bué).
V: “¿Tan temprano? Pero si_”
Yo: (Siguiendo su manual, la interrumpo) “Hablando de temprano, ¿qué hacía despierta a esa hora el día que vinieron los muchachos? ¿Anda con problemas de insomnio? (Entonación de preocupación por su salud). Porque se acuerda que me dijo que siempre se levanta cerca de las 9… (Y siguiendo su manual, uso los puntos suspensivos)
V: “Y… err… creo que ese día mi marido se había levantado a las 6 y yo me levanté a cebarle unos mates antes de que se fuera”. (¡Es increíble! ¡Tiene respuesta para todo! Aunque para cualquiera que la conozca, su excusa es casi tan ridícula como la mía de cocinar).
Yo: “¡Peeeero! ¡Esa es una buena esposa! Bueno, la dejo. Nos vemos”.
V: “Si, sí. Yo también tendría que pensar en qué cocinar, ja ja. Mañana charlamos”. (Pienso: ¡no me agarrás por varios días!)

Mientras cierro la puerta con llave, pienso en la ‘batalla de excusas’ en la charla, y recuerdo que alguna vez escuché (o leí) que “mejor una mala excusa que ninguna excusa”.

Diálogo con albañil – en la quinta. (Y sí, ¡yo no me privo de nada!)

Salto de la cama – literalmente – porque la puerta de la cochera se sacude por un golpe seguido de varios más. Tanteo la mesita de luz hasta que encuentro los anteojos, me tiro ropa encima (no puedo decir que ‘me visto’), trastabillo hasta la puerta y abro la mirilla.

A: “¡Buen día, doña! ¿Se olvidó que hoy veníamos a buscar las herramientas que dejamos?”
Yo: “No me olvidé. ¿Qué hora es? ¿Cómo entraron?” (Esto último en alusión a que el portón está con candado)
A: “Son las 7, y solo entré yo porque éstos (señala a los otros dos que esperan en la calle tras el portón) no pueden saltar ni a la soga. Ja ja”. (Razón no le falta porque ‘esos dos’ miden alrededor de 1,80m y su eh… ‘ancho’ no es de atletas precisamente. Ni en sueños pueden saltar la reja.).
Yo: “¡Las 7! ¿No podían pasar un poco más tarde?” (Mi típico buen humor se negó a despertar en el momento que me dijo la hora).
A: “Y, es la hora a la que vamos a laburar. Le prometimos al Don de acá seis cuadras que íbamos temprano. Chocho estaba”. (Bueno, querido, pero la alegría de ese buen hombre que finalmente vayan a trabajarle no es el mismo sentimiento de  quien despiertan a esta hora porque de buena onda les permitió que dejaran las herramientas cuando se les rompió la camioneta).
Yo: (Pasándole por la mirilla la llave del portón para que sus compañeros entren) “Tomá. Ya abro atrás”.
A: “Naaa. ¡Para qué! Siga durmiendo no más. Levantamos las cosas y yo le cierro con el candado”.
Yo: “Ahora ya estoy despierta. Además,  con el bolonqui que van a hacer se van a despertar hasta las chicharras!”
A: (Mientras abre el portón) “Jaaaaaaaa. Tiene razón”. (¡Menos mal que asume cómo son!) “Y ustedes, (dirigiéndose a sus compañeros) no hagan bolonqui, como dice la señora. (¡Ah, claro! Porque vos decís ‘lío/barullo/bochinche’) Miren que no le gustó nada que la despertáramos”. (Y seguro en mi lugar hubieses abierto la puerta con una sonrisa de oreja a oreja - ¡QTP!).
Yo: “¡Mirá si yo te voy a golpear la puerta un domingo a esta hora!” (Me río para aflojar los músculos de la mandíbula que están tensos por el mal humor).
A: “Pero doña, hasta el Señor descansó el séptimo día”. (¿¡En serio me está citando el Génesis?! Mejor cierro la mirilla y no salgo porque lo acogoto).
Yo: “Bueno, me voy a preparar unos mates. Dejame el candado en la ventana de la cocina no más”.
A: “O Ka”.

Desde la cocina escucho su charla – a los gritos, por supuesto – y el ruido de herramientas arrojadas dentro de baldes.
Su cita del Génesis me trae a la mente al filósofo británico Whitehead: “El que la Biblia no tenga ni huella de humor es uno de los hechos más extraordinarios de la literatura”. Seguro a quien o quienes la escribieron los despertaban todos los días como a mí hoy.