Diálogo con
colectivero … (Y sí, algunos de ellos ‘me charlan’ también)
Estoy cerrando la
puerta de casa cuando veo que viene el cole– bah, está parado detrás de autos
de padres que traen chicos a la escuela de la cuadra y se estacionan en doble y
triple fila.
Finalmente subo.
Yo: “Buen día.”
(Siempre saludo cuando subo al cole – aprendizaje de infancia que no se va – y
me dirijo a la máquina expendedora de boletos)
C: “Debe tener
paciencia de santa para que sean ‘buenos días’ con estos HDP que tienen que bancarse
todos los días” (Inferencia 1: me vio salir de casa y sabe que vivo en la
esquina. Inferencia 2: está podrido de tener que esperar que los padres de los
angelitos se decidan a darle lugar para que pase. Inferencia 3: si él está
podrido – que pasa por acá cada tanto – presume que yo estoy podrida al
cuadrado.)
Yo: “Ja ja. Cada
vez está peor, ¿no?” (¡Ay! ¿Por qué no me callo la boca?)
C: (Justo cuando
amago a ir para el fondo del cole – que está casi vacío) “¡Se creen dueños de
la calle! Si a mí se me cae un pasajero cuando sube o baja, es mi culpa. Si no
cumplo el horario, es mi culpa, si llego a tocar a alguno de estos boludos, es
mi culpa. ¿Y a éstos, eh? ¿Dónde están los zorros, eh?” (Para no parecer
maleducada, me quedo paradita donde estoy, boleto en mano y le sonrío al
espejo. ¡EEEEEErrrrrorrrr! Porque la catarata verbal sigue) “Siéntese ahí no
más.”
Yo: (Intentando
escape delicado) “Eh… pero éste es para discapacitados.”
C: “¡Discapacitados
son esos!” Cambia la expresión deíctica de ‘éstos’ a ‘esos’ porque ya hicimos
como dos cuadras) “¿Pero qué se creen? Uno está laburando, carajo.” (Y mira por
el espejo – señal que espera respuesta de mi persona – que ya está instalada en
el mencionado asiento.)
Yo: “Y, el
estacionamiento donde hay escuelas siempre es … eh … difícil.”
C: (Cruzando la vía
nada delicadamente) “¡Es un quilombo! Y cuando le decís algo, sos un ‘grosero’,
pero ellos te pueden putear sin problemas. Estoy RE-PODRIDO.” (No es el momento
para decirle que eso quiere decir ‘podrido dos veces’)
Yo: “Debe ser
estresante manejar un cole.” (¿Y qué quieren que diga?)
C: “Naaaa. Lo
estresante es no poder tirárselo encima a giles como esos. Ja ja.” (Eso,
hermano, apelá al humor, así aflojás un poco la pata del acelerador – sobre
todo en los lomos/lomas de burro – el diccionario no se decide por una de las
expresiones)
Yo: “Bueno, menos
mal que hay partes del recorrido que deben ser más tranquilas.”
C: “Seee. Pero son
muchos menos de los que te dan ganas de matar a alguien, ja ja.” (Bueno, ya
parece irse relajando, pero por las dudas no hago comentarios)
Yo: “Ja, ja.”
C: “Yo le erré al
laburo. Tendría que haber sido zorro. Le puedo asegurar que, o mejora el
tránsito, o la Municipalidad se llenaría de plata. Ja, ja.” (Tiemblo de solo
pensar en este C como ‘zorro’)
Mantengo el
silencio por unos minutos y me paro para bajar. Cometo el error de hacer medio
paso hacia la puerta delantera
Yo: “Bueno, en la
próxima me bajo. Que te sea leve el resto del turno.”
C: “Ah, no, no,
Sra. Baje por la puerta trasera – ¡a ver si me hacen una multa!” (También te la
podrían haber hecho por hablar mientras manejás, ¡y LPQTP!)
Yo: “Cierto. Claro.
Chau.” (Y retiro mentalmente los buenos deseos anteriores)
C: “Cuidado cuando
baje – mire que si se cae…”
Yo: “Sí, ya sé. Va
a ser tu culpa.”
Recorro el pasillo
y bajo sin incidente/accidente. Y pienso en aquella frase de Séneca: “Sin razón
se queja del mar quien otra vez navega.”