jueves, 28 de agosto de 2014

Diálogo con Conciudadano Caminante.

Salgo a caminar un poco y descubro que estoy en un estado lamentable – de hacer la mitad de la costanera, cruzar el puente colgante y volver a casa como si nada, he pasado a no poder llegar a más de dos cuadras después del faro. Paro y empiezo a estirar nada más que para poder descansar cuando…

CC: “El precio de la vida sedentaria, ¿eh?” (Esto viene de un señor de más o menos mi edad que está estirando como si fuera de goma)
Yo: “Y de ser fumadora.” (Me mira horrorizado – ¡ni que le hubiese dicho que soy asesina serial!)
CC: “¡Con razón ya casi venía arrastrando los pies!” (¡Pero y la PMQTP! Que eso sea cierto no te habilita para decírmelo en la cara) “Debería nadar también, además de caminar todos los días por lo menos una hora.”
Yo: “Umm” (No es que no quiera contestar – solo estoy tratando de respirar)
CC: “Yo hice deportes toda mi vida y cuando me casé me negué a dejarme estar. Le enseñé a mi mujer a cocinar sano. ‘Mi cuerpo es mi templo’ - buena frase, esa.”
Yo: “Aja.” (El mío debe ser uno de esos templos medio en ruinas en la selva)
CC: “Uno tiene que mantenerse joven. Mirarse al espejo y verse avejentado es terrible ¿Cuánto me da?” (Empiezo a pensar en Narciso – no la flor sino el de la mitología griega)
Yo: (Nunca es bueno contestar una pregunta como esa directamente) “Mas o menos mi edad.” (Tomá. El chasis puede estar ‘tuneado’  pero la edad se nota igual)
CC: “¿En los 50?” (No sé si está preguntado por mí, por él, o si está afirmando que ambos estamos en los 50)
Yo: “Ajá.” (Mientras inhalo y exhalo lentamente pienso que, después de todo, sí estoy en los 50 – en qué parte de los 50 es otra cosa) “Lo que pasa es que  hace rato que no caminaba. Ya me voy a acostumbrar de nuevo.”
CC: “Dejar es lo peor. El cuerpo pide ejercicio. Yo ya caminé 2 horas y después me voy a jugar al tenis un rato.” (Al dope está el hombre)
Yo: “Yo ya voy a pegar la vuelta. Como me pesan las piernas me va a llevar un rato.”
CC: “Pero no camine despacio. Póngale energía. Tiene que sentir que su mente domina sus músculos.” (¿Qué músculos? ¿Los que tengo agarrotados?)
Yo: (Le sonrío y giro para irme) “Bueno, que tenga buen día.”
CC: (Sin registrar que eso es una despedida) “Y cuando llegue a su casa hágase un buen jugo de zanahorias – nada mejor que eso después de hacer ejercicio.”


Le sonrío y asiento. Empiezo la vuelta que se siente más como una retirada. Pero me las arreglo para caminar como si nada me doliese hasta estar fuera de su vista. Y juro que la próxima vez que salga a caminar voy a tratar de evitar a Narciso.

martes, 12 de agosto de 2014

Diálogo con verdulero – en la quinta

Estoy pintando cuando escucho a alguien golpear las manos. Cuando veo que no es la vecina, bajo la escalera y voy hasta el frente sacándome los guantes. Allí está el verdulero, con carro y todo.

V: “¿Le doy algo, doña?”
Yo: “¿Qué tal una mano con la pintura?” (Digo esto tirando los guantes tan torpemente que termino con la nariz blanca)
V: “Ja. Ja. No. Por algo soy verdulero y no pintor. Y ud. debería dedicarse a enseñar no más” (Señala mi nariz y me limpio como puedo. Y por supuesto no actualizo mi información a ‘estado: jubilada’)
Yo: “Bueno. A ver. ¿Qué lleva hoy?”
V: “Mire esta frutilla. Es espectacular.”
Yo: “La verdad que se ve muy buena. ¿Cuánto?”
V: “ Treinta el kilo.”
Yo: “¡Epa! ¡Se le fue la mano! Si en la ruta está entre 20 y 25.”
V: “Ah, claro. Pero yo se la traigo a la puerta. Los de la ruta hacen competencia desleal.” (¡Ah, bué!) “Yo tengo gastos. El caballo, (en ese momento el equino me mira como diciendo ‘¡Pero qué HDP!’) mantener el carro en condiciones… Y todo eso es gasto.” (Tendría que terminar acá la conversación, pero me viene bien un recreíto de la pintura)
Yo: “¡Me imagino lo que le cobra el veterinario por controlarle el caballo!” (¿Te tomé por sorpresa, ¿eh?)
V: “Eh… No. Este, ‘Lucho’ nunca se enferma – tocando madera.” (El equino vuelve a mirarme y me muestra los dientes. Para mí se está riendo)
Yo: “¿Entonces qué gasto tiene con Lucho? ¿Le compra comida especial?” (Lucho vuelve a mostrar los dientes y después, como para evitar una mentira del dueño, se pone a comer yuyitos)
V: “No. No. El pasta acá y allá. Hay tanto terreno baldío por acá…”
Yo: “Entonces no entiendo_”
V: “Yo ando todo el día, doña. Y últimamente nadie me compra nada, ¿vió?” (Cara de lástima falsa como el argumento de los ‘gastos’)
Yo: “Y, está dura la cosa. Además por acá la mayoría de la gente siembra verdura o tienen árboles frutales…” (O sea: ‘¿Cómo se te ocurre ser verdulero en esta zona?’)
V: “¿Entonces no quiere la frutilla?”
Yo: “No. Esta vez paso.”
V: “Y bueno. Sigo entonces. Ya vendrá el verano.” (Claro, cuando las quintas están ocupadas y vende bien – y bien caro también)
Yo: (Siendo maldita a sabiendas) “Y sí. Con todas las quintas y cabañas de por acá, ya va a tener oportunidad de vender mucho y va a poder bajar los precios.”
V: (Desde el asiento del carro me mira como si lo blanco en mi nariz fuese otra substancia y  me hubiera afectado el cerebro) “No. No. Yo soy como la hormiga. Junto y junto en el verano para después pasar el invierno. Que le quede linda la pintada.”


No necesita ni decir ‘¡arre!’ porque Lucho ya se puso en camino – más a paso de tortuga que de equino. Mientras vuelvo adentro pienso que en algo tiene razón y por lo menos se identifica con la hormiga y no con la cigarra.