Diálogo con ‘Miguelito’ …
alguien muy especial.
Paro en un semáforo y un
muchacho me hace señas para limpiar el parabrisas. Como de costumbre, pongo mi
peor cara de vinagre (cosa que no me cuesta mucho, dirán algunos). El muchacho
insiste, bajo el vidrio y niego con la cabeza. De pronto escucho:
M: “A esa no la jodás
porque se baja y te pone un piñazo.”
Puedo ser medio ciega,
pero las voces son para mí como una huella digital. Reconozco, en un cuerpo
desproporcionadamente grande para lo que está en mi memoria, a ‘Miguelito’ –
uno de los ‘chicos de la calle’ que estaba en el centro de evacuados de mi
escuela durante la inundación del 2003.
M: “¿A que no se acuerda
de mí?”
Me tiro a la derecha y me
bajo del auto.
Yo: “¡No lo puedo creer!
¡Qué andás haciendo?”
Me da un abrazo que hace
que todos los otros ‘trapitos’ se maten de la risa y los automovilistas, que ya
están arrancando del semáforo, se mueran
de curiosidad.
M: “Y
me conoció, no más.”
Yo: “ ¡Cómo
no acordarme si me sacaste canas verdes a la hora de la cena!” Me río y lo miro
de arriba abajo. “Para mí todavía sos el petiso rompe….s que me tiraba del
carrito de la comida.”
M: “Ya
tengo 20, profe.” (Y claro, debe haber tenido 10 años en el 2003.)
Yo: “¿Y
qué hacés de tu vida?”
M: “No
crea que soy como éstos (señala a los ‘trapitos’). Vengo a vigilarlos para que no hagan ca_ …
boludeces.” (Bueno, cambió la primera mala palabra por otra ‘más suave’) “Ahora
soy panadero. ¿Se acuerda que nos pusieron a hacer pan con Julio, el portero?
Nadie nos bancaba más.” Se vuelve a reír. Ahí aprendí, y después, bueno, cuando
volvimos al barrio no había nada, así que con ‘Pincho’ - ¿se acuerda de ‘Pincho’?
lo ayudamos a un vecino panadero a reconstruir la panadería y empezamos a
laburar ahí. Yo todavía sigo… Pincho, bueno, el se fue ‘para otro lado’. Me
mira directo a los ojos, tal cual hacía cuando era un enano insoportable, pero
ahora la mirada no es desafiante sino triste.’
Yo: (Pensando
en ‘Pincho) “Me alegro que estés trabajando. Me alegro de verte tan bien.”
M: “Ud.
está igual, profe.” ¿Se acuerda cuando la cansé y se agachó a mi altura y me
dijo: ‘me volvés a empujar el carrito y te emboco’? Se larga una carcajada y
yo, debo reconocerlo, me pongo colorada. Pero es verdad que ese día me sacó de quicio.
“¡De ahí en más fui un soldadito!” Vuelve a reírse.
Yo: “Bueno,
dos cosas: primero, si me ves igual es que ya te llegó la vejez y no ves bien,
y segundo… realmente ese día creo que había llegado a mi límite.”
M: “Naaaa.
Si ud. nos tenía ca…..ndo, pero se le notaba que nos quería. Siempre sentí no poder despedirme de Ud.”
Yo: No
sé por qué, pero se me hace un nudo en la garganta. “Bueno, realmente un
alegrón haberte encontrado, verte bien y con laburo. ¡Quién lo hubiera dicho!
Ya sos todo un hombre.”
M: “Yo
también me alegro de haberla visto. Y quédese tranquila – yo no soy Pincho.”
(¿Cómo
puede alguien que no veo durante 10 años y que me conoció siendo un chico, y
quizás en el peor momento de su vida, leerme la mente con tanta facilidad?)
Yo: “Ya
sé. Vos sos distinto. Ya hace 10 años eras distinto a los otros.” Esta vez lo
abrazo yo y después abro la puerta del
auto. “Chau. Cuidate.”
M: “Ud.
también, profe.”
Y
arranco dejando atrás a Miguelito – una de esas personas que entran y salen
de tu vida – o eso creemos – hasta que
nos damos cuenta que nunca, en realidad, salieron, y siempre van a estar ahí.
Qué increíble reencuentro, tan inesperado y conmovedor!!! Llena el alma!!! Genial, Adriana, como siempre!!!!
ResponderEliminarGracias, Leti! La verdad que cosas como estas justifican todo lo que se laburó en el centro de evacuados.
ResponderEliminarMe arrancaste un lagrimón.
ResponderEliminarY espero que una esperanza también!
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